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Pasaremos por la plaza de la Caledral?-preguntó luégo al Escribano.

—Por donde quieras; por el camino más corto, para que más presto puedas quedar libre,-contestó el Escribano, pensando responder con aquella contestacion á la misteriosa pregunta de Lorenzo, y todas las demas que pudieran séguirsele:-iqué desgracia!-dijo para sí,-qué desgracia! creia... Hé aquí un hombre que cantaria como un canario. ¡Ah! isi hubiese un poco de tiempo! asi extrajudicialmente, á manera de amistosa conversacion, se le haria confesar sin tormento lo que se quisiese. Este hombre iria á la cárcel ya confeso, sin que siquiera lo advirtiese. ¡Qué lástima que un hombre de esta especie caiga en mis manos en momentos tan críticos! Y no hay remedio,-continuaba para si el Escribano, y doblando el cuello, aplicaba el oido.

—No nay remedio: este dia va á ser peor que el de ayer.

Lo que le hizo pensar asf, fué oir que en la calle habia una bulla extraordinaria, por lo cual no pudo contenerse sin abrir un postigo de la ventana para dar una ojeada á fuera. Vió que quien alborotaba era un corrillo de paisanos, que, á la intimacion de separarse que les hizo una patrulla, respondieron al principio con invectivas, desbandándose luégo sin dejar de insultar á los soldados; y lo que el Escribano tuvo por señal mortal, fué el buen modo con que se conducia la tropa. Cerró el postigo, y estuvo un momento indeciso entre si llevaria á cabo la empresa, 6 si dejando Lorenzo al cuidado de los dos esbirros, correria á dar cuenta al Capitan de justicia de lo que sucedia. Pero le ocurrió inmediatamente que se le tacharia de cobarde y bajo, y se le reconvendria por no haber cumplido las órdenes que llevaba.

—Ya estamos metidos en la danza,-dijo para sí,-y es preciso bailar. ¡Malditos alborotos!... ¡mal haya el oficio! Ya Lorenzo estaba en pié, teniendo á cada lado uno de los satélites, á quien hizo sefñal el Escribano para que no le violentasen demasiado, y volviéndose á él, le dijo.

—Vamos, hijo, vamos aprisa.

Lorenzo sentia, veia y pensaba. Ya estaba casi del todo vestido, y sólo le faltaba el gaban que tenia con una mano, burgando con la otra en los bolsillos.

—iHola!-dijo mirando al Escribano con aire socarron:- aquí, señor mio, habia moneda y una carta.

—Todo se te devolverá puniualmente,-dijo el Escribano,-en cuanto se evacuen ciertas formalidades: vamos, vamos.