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ya andado quizá doce millas, y apénas se hallaba á seis de Milan: por lo que toca á Bérgamo, no habia hecho poco con no haberse alejado de aquella ciudad. Aquí comenzó á convencerse que de aquella manera jamás conseguiria su objeio, y que era preciso buscar otro medio: el que le ocurrió fué el de ver cómo podia saber el nombre de algun pueblo inmediato á la raya, al cual se pudiese ir por caminos excusados, y preguntando por él conseguiria que le dirigiesen al punto que deseaba, sin necesidad de ir preguntando á cada momento por el camino de Bérgamo, que å su entender olia mucho á escapatoria, destierro ó criminalidad.

Miéntras así discurria acerca del modo de adquirir todas estas noticias, vió colgado un ramo de una pobre casucha, fuera de una pequeña aldea. Habia ya tiempo que sentia aumentarse la necesidad de restaurar sus fuerzas, y pensando que este sería el paraje más á propósito para hacer de un viaje dos mandados, entró en aquella casa. Sólo habia en ella una vieja con la rueca á la cintura y el huso en la mano. Pidió algo de comer, y se le ofreció queso y buen vino. Admitió Lorenzo el queso, pero rehusó el vino, mirándole ya con ojeriza de resultas de la mala pasada que le jugó la noche anterior, y se sentó, pidiendo á la mujer que despachase. Esta en un momento puso la mesa, y comenzó á moler al pobre viajero con un granizo de preguntas, tanto acerca de sus circunstancias particulares, como acerca del gran suceso de Milan, de que ya habia llegado hasta allí la noticia.

Lorenzo no sólo supo eludir con mucha destreza aquellas pesadas preguntas, sino que sacando ventaja de la dificultad, se aprovechó para su intento de la curiosidad de la vieja, que le preguntó tambien á dónde iba.

—Tengo que ir-contestó-á muchas partes; pero si me queda algun poco de tiempo, quiero pasar á ese pueblo grande en el camino de Bérgamo, cerca de la frontera, pero en territorio milanés, que no me acuerdo bien cómo se llama... ¿Cómo se llama?-esto preguntaba suponiendo que alguno habria.

—Gorgonzola, quereis decir,-contestó la vieja.

—Cierto, Gorgonzola,-replicó Lorenzo para grabarse las palabras en la memoria.-Y está muy léjos?

—No lo sé á punto fijo,-repuso la vieja;-pero me parace que deben ser de diez á doce millas; si estuviera aquí alguno de mis hijos, os lo diria.

—Y se puede ir á él-prosiguió Lorenzo — por esas