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-LAl Ada? ¿para pasarle?-preguntó el posadero.

—Eso es..., sí..., al Ada,-dijo Lorenzo.

—¿Quiere usted pasar por el puente de Casano 6 por el puerto de Canónica?

—Por cualquiera parte: pregunto por curiosidad.

—Lo digo porque aquellos son los dos puntos por donde pasan los hombres de bien, los que pueden dar cuenta de su persona.

—¡Bueno! ¿Y cuánto hay?

—Haga usted cuenta que tanto por un lado como por otro, habrá poco más ó ménos unas seis millas.

—Seis millas! no creia tanto,-dijo Lorenzo; y luégo continuó con un aire de la nayor indiferencia:-Y sin duda para los que tengan nececesidad de abreviar el camino, habrá otros puntos por donde pasar?

—Sin duda que los hay,-contestó el hostalero, clavándole los ojos en la cara, con una especie de maligna curiosidad.

Bastó esto para que muriesen entre los dientes de Lorenzo las demas preguntas que tenía preparadas. Se acercó al plato, y mirando al vino que estaba ya puesto en la mesa, le dijo al posadero:

—Y ese vino es moro?

—Es puro como el oro,-contestó el hostalero;-y si no, pregunte usted á toda la gente del pueblo y de las inmediaciones, y, por último, usted mismo lo ha de probar.

Y diciendo esto, volvió á donde estaban los demas.

—Malditos sean los hostaleros!-dijo para sí Lorenzu:- todos los que voy conociendo son á cual peor.

Sin embargo se puso á comer con grande apetito, prestando al mismo tiempo el oido sin aparentarlo, con ánimo de descubrir terreno, conocer cómo se pensaba alli acerca del ruidoso acontecimiento en que él habia tenido tanta parte, y de indagar sobre todo si entre aquellos habladores habria alguno á quien un hombre de bien pudiese con satisfaccion preguntar por el camino que necesitaba saber, sin verse en el conflicto de tener que hablar de sus aventuras.

—Pero parece ciertamente,-decia uno,-que los milaneses han querido esta vez distinguirse; en fin, mañana á más tardar sabremos alguna cosa.

—Me pesa,-decia otro,-de no haber ido esta mañana á Milań.

—Si vas mañana,-dijo otro,-me voy contigo.