Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/23

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 11 —

contrineantes, se declaraba siempre en favor del más fuerte; pero sin abandonar la retaguardia, y procurando manifestar al contrario que no era su enemigo por su propia voluntad. En fin, con mantenerse léjos de los poderosos, con disimular sus fechurfas ligeras, con tolerar las más graves y trascendentales, y con obligar por medio de sa- Tados y profundas reverencias á los más vanos y desdeño- 8o8 á corresponderle con una sonrisa cuando le encontraban, llegó el buen hombre á vadear los sesenta años de su vida sin grandes borrascas.

Esto no es decir que no tuviese tambien él su poquito de hiel en el cuerpo; y la necesidad continua de aguantar, el dar siempre la razon á los demas, y las muchas pildoras amargas que callando habia tenido que tragar, se le habian acedado en términos, que si no hubiese podido darle de cuando en cuando un poco de desahogo, hubiera padecido bastante su salud. En efecto, como habia en el mundo y á su lado personas que tenía por incapaces de hacerle daño, desabogaba con ellas su mal humor por largo liempo reprimido, y podia satisfacer su de3eo de ser algun tanto caprichoso y de regañar sin razon. Por otra parte, era un censor rígido do los hombres que no se conducian como é1, con tal que en la censura no hubiese el menor riesgo.

El apaleado era para él, cuando ménos, un imprudente; el muerto habia sido siempre un hombre turbulento; al que, por haber sostenido su derecho contra un poderoso, salia con las manos en la cabeza, siempre le encontraba don Abundo alguna culpa, cosa bastante fácil, porque nunca la razon y la sinrazon tienen tan claros y exactos límites que no se hallen de algun modo mezcladas una con otra.

Declamaba sobre todo contra sus compañeros, que de su cuenta y riesgo tomaban la defensa de algun débil oontra un opresor poderoso. A esto llamaba él comprarse cuidados y querer enderezar el mundo; y regularmente concluia todos sus discursos con esta máxima: que casi nunca le sucede mal al que no se mete en camisa de once varas.

Háganse ahora cargo nuestros lectores de la impresion que haria en el ánimo de D. Abundo el encuentro que hemos referido. El susto que le causó el terrible ceño de los valcntones, el escándalo de aquellos votos, las amenazas de un podero80 que nunca amenazaba en balde, su sistema de vida alterado en un momento despues de tantos. años de estudio para mantenerle, el atolladero sin salida en que se hallaba; todos estos pensamientos rodaban tumultua-