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cuando contemplaha la imágen de Lucía, no intentaremos decir lo que experimentaba: el lector, que conoce las circunstancias, puede muy bien figurárselo. Tampoco se olvidaba de la bucna Inés, que le habia adoptado, y le consideraba ya como una misina cosa con su hija única, y que ánles de recibir de él el titulo de madre, le halbia manifestado el corazou y el lenguaje de tal, acreditándole con obras su carifño. Y no era lo que méncs le afligia el pensar que en pago de tan afectuosas demostraciones y de tanta benevolencia, la pobre mujer se encontraba fuera de su casa, errante, sin saber cuál sería su suerto, y sufriendo males y pesadumbres, dimanadas de donde esperaba haber encontrado en sus últimos años reposo y satisfacciones.

¡Qué noche! ¡Pobre Lorenzo! ;La noche que debia ser la quinta de su boda! ;Que habitacion! ;Qué tálamo nupcial! ¡Y despues de quó dia! ¡Y para esperar el siguiente, y luégo olros, y otros' Con decir: ¡sea lo que Dios quiera! procuraba hacer frente á sus tétricos pensamientos, que cada vez 1 más le mortificaban. «Dios sabe, proseguia, lo que hace en nuestro benefieio. Vaya todo en descuento de mis pecados.

¡Pobre Lucía, es tan buena!... Quizá no querrá Dios hacerla sufrir mucho tiempo.»

Con estos pensamientos, desesperado ya de coger el sueño, temblando de frio, y dando sin querer de cuando en cuando diente con diente, deseaha con ánsia que amaneciera, y contaba con impaciencia las horas, renegando de su lentitud: d go que contaba porque cada med á bora oia en aquel vasto silencio las campanadias de un rcloj, que sin duda debia ser el de Frezzo, pueblo de aquellas inmediaciones. Cuando por primera vez llegó á sus oidos aquel toque inesperado, sin idea alguna de donde pudiese venir, causó en su fantasía un efecto misterioso y grave como el que pudiera ocasionar el aviso de persona ocuita y voz desconocida. Finalmente, cuando aquel niartillo dió los cuatro golpes, que era la hora en que Lorenzo habia hecho ánimo de levantarse, se incorporó medio aterido, se arrodilló despnes, rezó con más devocion de la que acostumbraba, se puso de pié, estiró brazos y piernas, sacudió el cuerpo como para reunir todos sus mienibros que parecian separados, se sopló en ambas manos, las estregó, ahrió el postiguiilo de la cabaña, y lo primero que hizo fué sacar la cabeza, por ver si habia álguien por aquellas inmediaciones.

Viendo que nadie parecia, empezó á buscar con la vista la senda que habia seguido la noche anterior, y reconoci-