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da, á pesar de parecerle más clara y distinta de lo que se le figuró en la oscuridad de la noche, echó á andar inmediatamente por ella.

Anunciaba el cielo un hermoso dia. A un lado la luna, aunque pálida y sin rayos, sobresalia en aquel campo inmenso de color cerúleo, que bajando hácia el Oriente, s8e iba convirtiendo poco á poco en un amarillo rojizo. Más abajo, y casi tocando al horizonte, se extendian en bandas desiguales unas pocas nubes, más bien azules que pardas, orladas las nás bajas con una cinta como de fuego, que cada vez se volvia más viva y brillante. Por la parte del Sur, otras nubecillas agrupadas entre si, ligeras, y por decirlo así fofa, se iban iluininando de mil diver3os colores: en fin, el cielo de la Lombardía. tan bermoso cuando está despejado, tan encantador y tan sereno. Si Lorenzo se hubiese hallado allí por diversion, ciertamenle hubiera levantado la vista y adımirado aquel hermosisimo amanecer, tan distinto del que estaba acostumbrado á ver entro sus montañas; pero sóio miraba al suelo y andaba de prisa, tanto para entrar en calor como para llegar pronto. Pasa los campos cultivados, la llanura inculta y los matorrales, y al atravesar el bosque mira alrededor, y pensando con una especie de lástima en el lerror que le habia causado algunas horas ántes, liega á lo mas alto de la orilla del rio; mira abajo, y entre las breñas descubre una barquilla de pescador que venia con lentitud contra la corriente casi tocando á la orilla. Baja por el camino más corto que halla entre las matas y zarzas, y al llegar cerca del agua, da una voz no muy fuerte al pescador; y aunque su intencion era la de apareotar que le pedia un servicio de poca importancia, le hace señas sin quererlo con ademan casi suplicante de que atraque. Da el pescador una mirada á lo largo de la orilla, mira atentamenie por el rio, tanto hácia arriba como bácia abajo, y oespues vuelve la proa á donde estaba Lorenzo, el cuál hallándose con un pié casi en el agua, echa una mano á la barquilla y salta en ella.

—Quisiera -dijo al pescador-que hicierais el favor, pagando lo que sea, de pasarme brevemente al otro lado.

El pescador, que se lo habia presumido, volvia ya la proa á la orilla opuesla, cuando Loreozo ve otro remo en el fundo de la barca, se baja y le echa mano.

—Poco á poco,-dijo el barquero; pero al ver el desembarazo con que el jóven se disponia á manejar aquel ins- årumento, añadió:-jah! jab! sois del oficio.

—Algo entiendo,-contestó Lorenzo.