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Y empezó á bogar con un vigor más que de aficionado, y mirando de liempo en tiempo con tristeza ya la orilla de que se alejaban, y ya con ánsia aquella á que se dirigian, se lamentaba de tener que ir oblicuamento por una línea més larga, por ser alli la corriente demasiado rápida para atravesarla en dereclhura.

Como acontece en todos los negocios algo oscuros y embrollados, que al principio sólo se presentan las dificultades en grande, y despues en la ejecucion van apareciendo las de los pormenores, así Lorenzo habiendo ya casi atravesado el Ada, estaba inquieto por no saber de fijo si aquel sitio era la frontera del Estado, si áun vencido aquel obstáculo, quedaria algun otro que superar. Por lo cual llamando la atencion del pescador, y señalándole con la cabeza la mancha blanquecina que habia observado la noche anterior, y que entónces se divisaba claramente, le dijo:

—¿Es Bérgamo el pueblo que se ve alli?

—Ši, señor, la ciudad de Bérgamo,-respondió el peseador.

—Y esta orilla del rio es de su término?

—És de San Márcos (1).

—¡Pues viva San Márcos!-exclamó Lorenzo, á que nada respondió el barquero.

Por último, llegan á la orilla, y Lorenzo salta en tierra, da las gracias á Dios en su corazon, y con la boca medio abierta hácia el barquero, mele la mano en el bolsillo y saca una berlinga, que atendidas las circunstancias, no era pequeño desprendimiento, y se la da al pescador, quien volviendo á mirar como ántes á la orilla del Milapesado y á todo el rio, alarga la maro, toma el dinero, le guarda, aprieta los labios, y cruzándolos con el dedo indice, y baciendo un gesto muy expresivo, dice á Lorenzo: «Buen viaje,» y se vuelve á la otra orilla.

Para que el lector no se admire de la pronta y directa cortesía del barquero con un hombre descopocido, deberemos advertirle que, acostumbrado á prestar semejante servicio á contrabandistas y malhechores, estaba habituado á ello, no tanto por la corta é incierta ganancia que podia resulta-le, cuanto por no 'granjearse enemigos enire aquelia clase de gentes, y lo ejecutaba siempre que eslaba seguro de que no le veian guardas, esbirros ó visitadores. De este modo, sin querer más á los unos que á los otros, procuraba satisfacerlos á todos con aquella im- (1) Esto es, Estado veneciano.