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parcialidad que acostumbra usar generalmente el que está obligado á tratar con ciertas gentes y liene que dar cuenta de sus acciones.

Delúvose Lorenzo un instante en aquella orilla á eontemplar la opuesta, y á suspirar por aquella tierra en que poco ántes hacía tan mal tiempo para él. «;Ah, gracias á Dios, ya estoy fuera! Allí está: ¡maldilo pais!» fué su primer pensamiento: la despedida de su patria fué el segundo; mas el tercero so dirigió á la que dejaba en aquella tierra, y entónces cruzó los brazos sobre el pecho, lanzó un suspiro, inclinó los ojos á mirar al agua que corria bajo sus piés, y dijo entre si: «¡Ha pasado por debajo del puente! (pues segun la costumbre de sus paisanos, liamaba así por antonomasia al de Lecco). ¡Ah mundo infame!... Basta:

sea lo que Dios quiera!»

Vuellas las espaldas á tan tristes objetos, comenzó á caminar con direccion á la mancha blanquècina, que estaba en la pendiente del cerro, hasta que llegase algun con mayor cerleza le indicase el camino directo, y era de ver con qué desembarazo se acercaba á los caminantes, y sin tanto titubear, ni tanto buscar palabras indiferentes, proferia el nombre del país en que habitaba su primo, y preguntaba por el camino que guiaba á él. Por la primera persona que se lo indicó supo que todavía le quedaba que andar nueve millas.

Aquel viaje no fué ciertamente muy alegre. Sin contar los cuidados que llevaba Lorenzo consigo, contristaban su vista á cada instante objetos melancólicos que le hacian conocer que en el país en que se internaba hallaria la misma carestía que en el suyo. Por todo el camino, y especialmente en los pueblos y aldeas por donde pasaba, veia enjambres de mendigos, la mayor parte más por efecto de las circunstancias que por oficio, pues más bien manifestaban su miseria en el rostro que en el traje. Formaban este cuadro aldeanos, serranos, artesanos y familias enteras, y le acompañaban súplicas, quejas y gemidos.

Semejante vista, además de la dolorosa compasion que excitaba en su alma, le traia á la memoria sus propios trabajos.

—¿Quién sabe-iba meditando entre sí - si hallaré en qué ocuparme? Si habrá trabajo como los años pasados? En fin, Bartolo me queria bien; es buen muchacho, tiene dipero, y me ha brindado tantas veces con su casa, que debo creer que no me abandonará, y además la Providencia me ha favorecido hasta ahora, y no dejará de ayudarme de aquí en adelanteonb