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Entre tanto iba creciendo en razon del camino el apetito que ya de algun tiempo se dejaba sentir, y aunque Lorenzo cuando emperó á pensar sériamente en ello, conoció que áun podia aguartar hasta el fin de su viaje, que ya no podia durar arriba de dos millas, reflexionó sin embargo que no parecia bien presentarse á su primo como un niendigo, y que por primer saludo le dijese dáme algo de comer. Sacó, pues, del bolsillo todas sus riquezas, las recorrió, las contó en la palina de la mano, hizo su cálculo, aunque para hacerlo no era necesario ser grande aritmético, y halló que habia lo suficiente para tomar un bocado; entró, pues, en una hosteria á refocilarse, y despues de pagar su cuenta, áun le quedaron algunos sueldos.

Al salir vió junto á la puerta tendidas en el camino á dos mujeres, una ya de edad y otra más jóven con un niño pequeño, que despues de haber chupado inútilmente los dos pechos de la úlima, estaba llorando, y todos tres pálidos como la muerte. A su lado y en pié se hallaba un hombre en cuyo rostro y miembros se conocian aún las señales de su antigua robustez, casi destruida por la miseria. Todos alargaron la mano hácia aquel hombre que salia con pié firme y aspecto satisfecho; pero ninguno habló palabra:

¿qué más bubiera podido decir una súplica?

—Aqui está la Providencia!-dijo Lorenzo.

Y meliendo inmediatarente la mano en el bolsillo, le dejó limpio sacando aquellos pocos sueldos; los puso en la mano que vió más inmediata, y prosiguió su camino.

La refaccion y la buena obrd (pues somos un compuesto de cuerpo y alma) babian exaltado y alegrado sus pensamientos, y cierlamente el haberse desprendido de aquel modo del último dinero que le quedaba, le hahia inspirado más confianza para lo sucesivo, que la que le hubiera dado el ballar diez veces más. Porque si la Providencia habia destinado el último dinero de un extranjero prófugo, distante de su casa é incierto acerca de los medios de su subsistencia, para alimentar un dia á aquellas infelices que estaban desmayándose en el camino, ¿cómo podia imaginar que quisiese dejar pereser al mismo de quien se habia servido, y á quien habia inspirado una idea tan viva y de suyo tan eficazć irresistible? Tal era en sustancia el pensamiento de Lorenzo, aunque algo más confuso de como le presentan mis palabras. Durante el resto del camino, volviendo á repasar en su imaginacion los puntos y circunstancias que le habian parecido más oscuros y enredados, todo lo iba suponiendo fácil. Segun sus cálculos, la cares-