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tía y miseria habian do acabar presto 6 tarde, pues todos los años hay que segar; 8e acordaba de que entretantn lenía á su primo Bartolo, su propia habi idad, y, por refuerzo, algun dinerillo ahorrado, que euviaria á pedir inmediatamente, y con él, á todo librar, viviria economizándolo mucho hasia la próxima cosecha. «Vuelto finalmente el buen tiempo,-proseguia Lorenzo en su imagınacion,-renace la fuerza de los trabajos, los fabricantes se desviven por encontrar trabajadores milaneses, que son los que mejor saben su oficio, levantan éstos la cabeza, y como el que tiene gente hábil es preciso que la pague, se gana para vivir, y áun para ahorrar algun poco, se arregla una casita, y se escribe á las mujeres que vengan. Y si no, para qué esperar tanlo? ¿No es cierto que con aquel poco dinero' hubiéramos vivido hasla el invierno? Pues lo mismo viviremos aquí. Curas hay en todas parles: vienen, pues, aquellas dos mujeres tan queridas, y se pone casa. ¡Qué placer ir paseando todos juntos per este mismo camuo, llegar en un carro hasta el Ada, y imerendar á la orilla, á la misma orilla, y enseñar á Inés y á Lucia el sitio en que me embarqué, el paraje por donde bajé, y el puesto en que me detuve á mirar si habia alguna barca!»

Llegado por fin al pueblo de su primo, y al entrar, 6 por mejor decir, ántes de entrar, ve una casa bastante alta con varios órdenes paralelos de largas ventanas sobrepucstas unas á otras, y entre los órdenes un espacio más pequeño que el que se requiere para la division de las piezas. Conoce que aquel edificio es una fabrica de hilados, entra en ella, pregunta con voz alta entre el ruido de agua que corria y el de las ruedas que daban vuelta, si vivia alli Bartolo Castañeri.

—El Sr. Bartolo? allí está.

—El señor! bu ena señal,-dijo entre sf Lorenzo.

Y viendo á su primo, corrió hácia él. Volvióse éste, y al ver á Lorenzo que le dice: «aquí estanmos todos,» prorumpió en un joh! de sorpresa, y echándole los brazos al cuello, ambos se abrazaron afectuosamente. Despues de este primer recibimiento, se Ilevó Bartolo á su primo á otro cuarto léjos del estrépito de los tornos y de los ojos de los curiosos, y le dijo:

—Te veo en mi casa con el mayor placer; pero eres un terco. Te brindé tautas veces, y nunca quisiste venir, y abora llegas en un momento algo enbarazoso.

—Y qué quieres?-contestó Lorenzo:-ahora tampoco he venido por mi gusto.