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dos mil cargas de trigo á un comerciante de Venecia, trigo que viene de Turquía, porque cuando se trata de comer no se repara en frioleras; pero mira lo que sucede. Las autoridades de Verona y de Brescia cierran el camino, y se empeñan en que por allí no ha de pasar trigo alguno. Qué hacen entónces los bergamascos? Despachan á Venecia un hombre que sabe hablar: éste se presenta al Dux, y le pregunta que queria decir aquella majadería, y le hace un discurso, jpero qué discurso! Dicen que podia publicarse en letras de molde. ¡Lo que vale tener un hombre que sepa hablar! Al momento sale una órden para que se deje pasar el trigo, y las autoridades no sólo han tenido que dejarle pasar, sino que le han hecho escoltar, y ya estå en camino. Tambien se ha pensado en la gente del campo. Un hombre de bien ha hecho presente al Senado que las gentes de fuera de la ciudad padecian hambre, y el Senado ha mandado comprar cuatro mil fanegas de maiz, que tambien sirve para hacer pan. Y, sobre todo, si no tencmos pan, comeremos otra cosa. Dios.me ha dado algun bienestar como le be dicho. Ahora te presentaré al amo; le he hablado tantas veces de ti, que te recibirá muy bien. Es un hombre excelente, un bergamasco chapado á la antigua y con el corazon muy grande. A la verdad no le esperaba abora; pero cuando sepa tu historia... y además sabe hacer aprecio de los artesanos, porque la carestía pasa y el comercio dura. Pero ántes de todo es preciso que te informe de una cosa: įsabes cómo nos llaman en este país á los del Estado de Milan?

· -Cómo nos llaman?

—Nos llaman gansos.

—Pues á la verdad el nombre nada tiene de lisonjero.

—Tanto monta. El que ha nacido en el ducado de Milan, y quiere vivir en territorio de Bérgamo, es preciso que lo sufra. Para esta gente lo mismo es llamar ganso á un milanés, que tratar de usía á un caballero.

—Supongo que se lo dirán á quien se lo quiera dejar decir.

—Pues, hijo mio, si no te hallas dispuesto á tragar el apodo de ganso á todo pasto, cuenta que no has de poder vivir aquí. Sería preciso estar sicmpre con la navaja en la mano, y cuando hubieras muerto, supongamos, á dos, tres, cuatro, l:egaria uno que te despacharia á ti, y mira qué gusto presentarle ante el tribunal de Dios con tres ó cuatro muertes encima.

—Y un milanés que tenga un poco de... (aquf se tocó la