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á veces hasta donde no alcanzaban otras con la vista, y para quien las dificultades de las eimpresas eran un vivo eslimulo; pero lambien este partido tenia sus inconvenientes y peligros, tanto más graves, cuanto eran más dificiles de calcular de anlemano, pues nadie podia prever su lérmino, una vez embarcado con aquel hombre, que aunque poderoso auxiliar, no era guia ménos peligroso.

Con estos incómodos pensamientos, titubeando estuvo D. Rodrigo muchos dias, hasla que recibió una carta de su prinio, el cual le participaba que la trama estaba bien urdida; y en efccto, poco despues del relámpago estalló el trueno, que equivale á decir, que una mañana se supo inesperadainente que el padre Cristóbal habia salido de su convento de Pescarénico. Este suceso tan pronto y favorable, y la carta del conde Atilio, que por una parte animaba á su primo, y por otra le amenazaba con la burla de sus amigos, inclinaron cada vez más el ánimo de D. Rodrigo al partido arriesgado, y lo que le dió el último impulso fué lo notieia inesperada de que Inés habia vuelto á su casa, en 1.. cual veia un embarazo ménos con respecto á Lucía.

Vanios á dar cuenta de eslos dos inconvenientes, empezando por el úllımo.

Habíansc instalado apénas las dos cuitadas mujeres en su asilo, cuando se divulgó por Nonza, y de consiguiente por el converto, la noticia del motin de Milan, y tras de la noticia en grande iban llegando muchos pormenores, que continuamente crecian y variabau. La demandadera, que vivia, digámoslo así, entre la calle y el convento, recibia las noticias de dentro y fuera, las recogia sin desperdiciar una, y se las comunicaba á sus buéspedas. Dos, scis, ocho, cuatro, siete ya estaban presos, van á ser ahorcados delante de! horno delle Grace, olro en la calle en que vive el Director de provisiones: hay más; uno de Leco ó de aquellas inmediaciones se ha escapado; no sé su nombre; pero ya vendrá alguno que lo diga, y veremos si le cono- Ceis.

Este anuncio, y la circunstancia de haber llegado Lorenzo justamente á Milan en el dia del alboroto, no dejaron de causar alguna inquietud á las dos mujeres; pero cuál seria su consternacion cuando ia demandadera vino á decirles:

— Es efectivamente de vuestro país el que tomó soleta para no ser aborcado: es hilandero de seda, y se llama Tramallino. ¿Le conoceis? A Lucia, que sentada estaba bordando un pañuelo, se le