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| Gertrudis la llamaba á menudo á su locutorio privado, y conversaba á veces largamente con ella, agradándole sobre manera la ingenuidad y dulzura de aquella pobrecilla, y el oir á cada instante cómo le daba gracias y la bendecia.

Tambien le referia Gertrudis en confianza parte (esto es, lo más limpio) de su historia, y de lo que habia padecido para ir á continuar allí sus padecimientos; y con esto aquella primera extrañeza recelosa de Lucía ya se iba convirtiendo en compasion, porque hallaba en aquella historia razones más que suficientes para explicar lo que encontraba de extraño en los modales de su bienhechora: y á esto contribuia no poco la doctrina de Inés acerca de la extravagancia propia de los señores: sin embargo, aunque se sintiese inclinada á pagar con igual moneda la confianza con que la honraba Gertrudis, tuvo buen cuidado de no hablarle de sus sobresaltos, de su nueva desgracia, ni de descubrirle quién era para ella aquel hilandero fugitivo, por no aventurarse á propagar unas voces tan penosas y de tanto escándalo.

Evitaba tambien en lo posible contestar á las curiosas preguntas de la monja, relativas á la historia anterior á su promesa de casamiento, y no obraba en esto por razones de prudencia, sino porque á la pobre inocente le parecia aquella historia más espinosa y más dificil de contar que todas las que habia oido y pensaba oir á la señora. En es-.

tas se trataba de opresion, de intrigas, de sufrimientos, y otras cosas que, aunque feas y tristes, se podian nombrar, al paso que en la suya se mezclaba cierio afecto, cierta palabra que, hablando de sí misma, no podia proferir sin mucha repugnancia, y á la que jamás encontraba una perífrasis que sustiluir que no le pareciese ruborosa, y esta era el amorl Gertrudis á veces llegaba á punto de incomodarse al ver semejante reticencia; pero se lo impedian la sencillez, el respelo y las expresiones de gratitud con que Lucía la acompañaba. Por otra razon le disgustaba tambicn á veces aquel pudor tan atractivo y tan amable, aunque amortiguaba su disgusto el delicado pensamiento de que aquella jóven era una desvalida á quien hacía bien. Y cra verdad, porque además del asilo, las conferencias con Gertrudis, y la familiaridad con que ésta la trataba, le servian de mucho consuelo. Otro hallaba en trabajar contínuamente, por lo cual sicmpre pedia que le diesen algo que hacer. Al mismo locutorio nunca dejaba de llevar alguna labor para tener las manos en contínuo ejercicio; pero como los pen- ...