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samientos tristes se introducen por todas partes, miéntras Lucía trabajaba á la aguja, oficio al cual estaba poco acostumbrada, se le ofrecia contínuamento á la memoria su devanadera, y tras de la devanadera, ¡qué de otras cosas! El juéves siguiente volvió el mismo mensajero ú otro con los saludos del padre Cristóbal, nuevos consejos, animando á las dos mujeres, y la confirmacion de la fuga de Lorenzo, pero sin noticias positivas del motivo de su desgracia, porque como el capuchino las aguardaba del de Milan á quien le habia recomendado, éste contesló: que no habia visto ni carta, ni persona alguna; y que aunque supo que un individuo habia ido á buscarle esiando fuera del convento, no babia vuelto á parecer.

El tercer juéves no hubo noticia alguna, lo que no sólo privó á aquellas desgraciadas mujeres de un consuelo esperado con ánsia, sino que fué paca ellas, como sucede por cualquier pequeño accidente á personas afligidas y apuradas, un motivo de inquietud y de tristísimas conjeturas.

Ya habia tenido Inés la idea de hacer una escapada á su casa, y la novedad de no parecer el mensajero la determinó å ello. Sentia Lucía tener que separarse de las faldas de su madre; pero venciendo su repugnancia el afan de saber algo de cierto, y 'la seguridad que encontraba en aquel sitio, convinieron entre las dos que Inés iria al dia siguiente á aguardar en el camino al pescador que debia pasar por allí regresando á Milan, y le pediria por favor que la admitiese en su carro para conducirla á la sierra.

Encontróle con efecto, y le pregunló si el padre Cristóbal le habia dado alguna razon para ellas, á lo que contestó el pescador que, habiendo estado todo el dia ántes de su salida ocupado en pescar, no habia tenido encargo ni noticia alguna del capuchino. Pidióle la mujer el favor indicado, el que otorgó gustoso el buen hombre; con lo cual se despidió Inés no sin las lágrimas de su hija y de la señora, y ofreciéndoles que les enviaria noticias suyas y volveria presto, se puso en camino.

No hubo novedad en el viaje. Pasaron la noche en una posada del camino, como acostumbraba el pescador; ántes de amanecer continuaron su viaje, y llegaron á Pescarénico muy temprano. Apeóse Inés en la plazuela del convento, se despidió del buen hombre con muchos «Dios os lo pague,» y ya que se hallaba en aquel paraje, quiso ántes de ir á su casa ver á su bienhechor. Tiró de la canmpanilla, y quien le abrió la puerta fué fray Bernardino, el de las nueces, quien al verla, le dijo: