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-Hola, amiga! ¿qué buen viento trae á usted por acá?

—Vengo á ver á fray Cristóbal.

—¿Al padre Cristóbal? No eslá.

—¿Tardará mucho en volver? Quién sabe!-dijo el fraile encogiéndose de hombros.

—¿Dónde ha ido?

—A Rímini.

—Dónde?

—A Rímini.

—¿Dónde está ese pueblo?

—jUh, uh!-contestó el fraile, cortando con la mano el aire como para indicar mucha distancia.

—¡Válgame Dios! Y cómo se ha ido tan de repente?

—Porque así lo ha dispuesto el padre Provincial.

—¿Y por qué habrá mandado tan léjos á un religioso que hacía aquí tanto bien? ;Desdichada de mí!

—Si los superiores hubiesen de dar los motivos de las órdenes que expiden, ¿dónde estaria la obediencia, buena mujer?

—Sí; pero esta es mi ruina.

—¿Sabe usted lo que habrá sucedido? Que en Rímini haria falta un buen predicador; y aunque nosotros los tenemos muy buenos en todas partes, muchas veces se necesitan ciertos hombres á propósito; de consiguiente, el padre Provincial de allá escribiria al de aquí si habia un religioso de tales y tales cualidades, y el padre Provincial diria: nadie mejor que el padre Cristóbal.

—iQué desgracia! Y cuándo salió?

—Anteayer.

—Si yo hubiera hecho lo que me daba el corazon, hubiera venido algunos dias ántes! ¿Y no sabe, poco más ó ménos, cuándo podrá volver?

—Ah! iquién sabe? puede ser que ni el mismo Provincial lo sepa. Cuando un predicador nuestro ha tomado vuelo, nadie sabe á qué árbol irá á parar. Lo piden aquí, lo piden allí, y como tenemos conventos en las cuatro partes del mundo... Suponga usted que el padre Cristóbal tenga en Rímini una aceptacion extraorlinaria en sus sermones de Cuaresma, porque no siempre predica de repente como lo hacía aquí para los aldeanos, sino que tiene para las ciudades sus sermones escritos. ¡Y qué sermones! Suponga usced que corre la fama de este gran predicador y que lo piden de... de ¿qué sé yo? de cualquiera parte. ¿Qué hay que hacer? Darlo, porque como nosotros vivimos de todo el mundo, está muy en el órden que sirvamos á todo el mundo.