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casta de pájaro es el tal frailecito. Estaba empeñado en casar á aquella protegida suya, quizá para quitarla de los peligros del mundo... ya usted me entiende, 6 quizá para meterla en ellos, queria casarla, y ya habia encontrado al hombre... otro protegido suyo, un sujeto cuyo nombre quizá y sin quizá conocerá mi señor tio, porque el Consejo habrá tenido que tratar de tan buena alhaja.

—¿Quién es?

—Un hilandero de seda: Lorenzo Tramallino, el que...

—Lorenzo Tramallino!-exclamó el tio,-¡bueno! ;bueno! ¡Qué buen frailecito! Cierto, y tenía una carta para...

¡lástima que!... pero no importa... Y ¿por qué el señor don Rodrigo nada me dice de todo esto, y deja que las cosas pasen tan adelante sin acudir á quien puede y debe dirigirle?

—Tambien diré acerca de esto. Sabiendo los muchísimos negocios que usted tiene en la cabeza (el tio soplando puso la mano en ella, como dando á entender que no sabía cómo todos podian caber en ella), no queria añadirle otro, y además, segun lo que he podido entender, está D. Rodrigo tan fastidiado, tan aburrido, tan irritado por la insolencia de aquel fraile, que tiene más ganas de tomarse sumariamente la justicia por su mano, que de conseguirla por los medios legales. Yo he procurado echar agua al fuego; pero viendo que la cosa iba mal parada, he creido de mi obligacion prevenir á usted, que por fin es el principal de la familia.

—Mejor hubieras hecho si me hubieras hablado ántes.

—Es verdad; pero yo esperaba que el riesgo se disiparia, ya porque el fraile volviese sobre sí, ó ya porque se marchase de aquel convento, como suele suceder que estos frailes ora están aquí, ora están allá, y con esto todo quedaria concluido. Pero...

—Ahora ya me toca á mí el componerlo.

—Así lo cref yo; dije para mí: el tio con su penetracion y su autoridad sabrá prevenir un escándalo. Este fraile está muy hueco con su cordon de San Francisco, como si el cordon de San Francisco hubiese de patrocinar picardías.

Usted tiene mil medios que yo conozco; sé que el padre Provincial le tiene, como es justo, una grandísima deferencia, y si usted cree que en este caso el mejor remedio es el de hacer que el fraile mude de aires, bastan dos palabras...

—Deje usted, señor sobrino, el cuidado á quien corresponde,-interrumpió el tio consejero.