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-Tiene usted razon,-contestó el conde Atilio, como arrepentido de haberse propasado.-Conozco que no soy hombre capaz de dar consejos á mi señor tio: lo que siento es quizá haber perjudicado á mi primo en usted.

—Vaya, vaya,-dijo el tio:-vosotros dos sereis siempre amigos hasta que uno siente la cabeza. ¡Troneras! itroneras! haciendo todos los dias calaveradas, y luégo tengo yo que componerlo todo. Más me dais que hacer vosotros que... (aqui sopló mucho) todos los negocios del gobierno.

Dió el conde Atilio nuevas disculpas, y luégo se despidió del tio, que le acompañó con un «tengamos juicio,»

que era la fórmula con que despedia siempre á sus sobrinosconcepto de

CAPÍTULO XIX.

El que viendo en un campo erial una hierba parásita quisiese averiguar si la produjo un granillo madurado en el mismo campo, ú otro llevado por el viento, 6 que dejó caer un pájaro, por mucho que meditase, jamás llegaria á descubrir la verdad; de la misma manera no podemos nosotros decir si la resolucion de valerse del padre Provincial para cortar aquel nudo gordiano salió del caletre del tio senador, 6 fué efecto de la insinuacion del conde Atilio. Lo cierto es que éste no echó aquella especie en saco roto, y aunque debia presumir que la necia vanidad de su tio no hubiera querido adherirse á una advertencia tan directa, quiso apuntarle la idea de aquel recurso, indicándole indirectamente la senda por donde deseaba encaminarle. Por otra parte el arbitrio era tan análogo al humor del Conde senador, y tan indicado por las circunstancias, que sin que nadie se lo sugiriese, se podia apostar á que le hubiera ocurrido, y le habria adoptado. Se trataba de que en una guerra tan declarada no quedase debajo uno de su familia, nada ménos que sobrino suyo, punto muy esencial para conservar la opinion de hombre de valimiento por que tanto anhelaba. La satisfaccion que por su mano podia tomarse D. Rodrigo era un remedio peor que el mal, y un motivo de