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grandes compromisos, por lo que convenia impedirlo á toda costa y lo más presto posible. Mandar á D. Rodrigo que dejase al momento su castillo, sobre dar márgen á que no obedeciera, sería, áun cuando lo biciese, abandonar el campo y la casa por temor de un convento. Ordenes, fuerza legal, y otros espantajos de esta naturaleza, nada valian contra un adversario de aquella clase, porque entónces el clero secular y regular era enteramente inmune de toda jurisdiccion laical, no sólo respecto de sus personas, sino tambien de.sus casas, como debe saberlo cualquiera, aunque no haya leido más historia que ésta, lo que á la verdad no sería gran cosa. Ultimamente, todo lo que se podia hacer contra semejante enemigo, era obligarle á mudar de aires, y para esto el único medio era acudir al padre Provincial.

Éste y el Consejero eran conocidos antiguos, y aunque se habian visto pocas veces, siempre habia sido con grandes ofrecimientos y protestas de amistad.

Con esto, el tio Consejero, despues de haber meditado con delencion, convidó un dia á comer al padre Provincial, disponiendo que asistiesen tres comensales escogidos con tino y prevencion, á saber, algunos de su parentela, cuyo sólo titulo y apellido ya eran suficientes para imponer re8- peto, y con cuyo desembarazo, bablando de cosas grandes en términos familiares, conseguiria, áun sin pretenderlo, imprimir y recordar á cada instante la idea de su înflujo y poderio; reunió además algunos adictos á la familia por costumbre heredada, y al conde Consejero por servilidad de toda la vida, los cuales empezando desde la sopa á decir que sí, con boca, ojos, orejas, cabeza y todo el cuerpo y el alma, hasta los postres, habrian puesto á un hombre en disposicion de no acordarse cómo era posible decir ! que nổ.

En la mesa no tardó el amo de la casa en hacer recaer la conversacion 3obre Madrid; habló de la corte, del Condeduque, de los ministros, de la familia del Gobernador general, de las corridas de toros, que podia describir muy bien, por haber asistido á ellas en paraje distinguido, y del Escorial, de que podia dar razon exacta por baberle enseñado hasta el último rincon un criado del Conde-duque.

Todos los comensales estuvieron algun tiempo escucbándole con la mayor atencion, y dividiéndose despues en coloquios particulares, continuó entónces el conde Consejero contando otras cosas semejantes como en confianza al padre Provincial, que sentado cerca de él, le dejó hablar