Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/263

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 251 —

todo lo que quiso; pero llegado á cierto punto, abandonó la conversacion de Madrid, y de corte en corte, de dignidad en dignidad, vino á parar al cardenal Barberini, capuchino y hermano del papa reinante Urbano VIII. Aquí tuvo que dejar hablar á su turno al padre Provincial, oyéndole tambien con mucha paciencia. Poco despues de levantados los manteles, le suplicó que pasase con él á otra sala, en donde con esto se hallarian cara á cara dos autoridades, dos hombres encanecidos en los negocios, dos hombres de consumada experiencia. El Consejero pidió al reverendísimo Padre que se sentase, y tomando él tambien asiento á su lado, empezó de esta manera:

—Mediante la amistad que existe entre nosotros, he juzgado conveniente bablar á vuestra paternidad de un negocio importante que debe zanjarse amistosamente sin acudir á otros medios, que podrian... Asf, pues, á la buena de Dios y con el corazon en la mano, diré el asunto de que se trata, y no dudo de que en dos palabras nos avendremos. Dígame vuestra paiernidad: hay en su convento de Pescarénico un fray Cristóbal de**...

Hizo el Provincial una seña afirmativa.

—Dígame vuestra paternidad con toda franqueza, como amigos, ese padre... No le conozco personalmente, á pesar de que conozco á muchos capuchinos, hombres eminentes, muy apreciables, varones ilustres... Desde niño fuf aficionado á los capuchinos... pero en toda familia algo numerosa siempre hay alguno... alguna cabeza... Y ese padre Cristóbal sé por ciertas noticias que es un hombre algo amigo de chocar... que no tiene toda aquella prudencia, aquellos miramientos... Apostaria que más de una vez ha dado algun disgusto á vuestra paternidad.

—Ya enliendo,-decia para sí el capuchino.-Aquí hay un empeño. Yo me tengo la culpa. Bien sabía yo que ese bendito fray Cristóbal era un religioso que convenia mandarle de púlpito en púlpito, sin dejarle seis meses en un mismo punto, y ménos en un convento de aldea.

Y luégo prosiguió en voz alta:

—jAh! siento muchisimo que vuestra señoría tenga semojante opinion del padre Cri stóbal, pues, por lo que yo sé, es un religioso ejemplar en su convento, y muy apreciado fuera.

—Ya me hago cargo... ¿qué ha de decir vuestra paternidad? Sin embargo, como verdadero amigo, debo decirle una cosa que le importa saber, y áun cuando vuestra paternidad la supiese, yo puedo sin faltar á mi deber, indi-