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lante. Los dos entraron en el comedor y se juntaron con los demas.

De resultas de esta conferencia llegó de Milan una noche á Pescarénico un capuchino con un pliego para el Guardian. En él venía la órden para que fray Cristsbal, en virtud de santa obediencia, pasase á predicar á Rimini la cuaresma, con el expreso mandato de desprenderse de cualquier negocio que tuviera en el país, cortando igualmente toda correspondencia: el capuchino dador del pliego debia acompañarle. Nada dijo el Guardian aquella noche; pero por la mañana muy temprano mandó llamar al padre Cristóbal, le enseñó la órden, y le intimó que con aquel fraile compañero se pusiese sin dilacion en camino.

Figúrese cualquiera qué golpe sería este para el buen re igioso. Presentáronsele inmediatamente á la memoria Lolrenzo, Inés, Lucía, y exclamó en su corazon: «;Dios mio! ¿qué harán sin mí esos desgraciados?» Pero levantando al momento los ojos al cielo, se arrepintió de haber desconfiado de la Providencia, y de haberse creido necesario para alguna cosa. Cruzó las manos sobre el pecho en señal de obediencia, y bajó la cabeza delante del Guardian, el cual, llamándole aparte, le significó la otra circunstancia con palabras de consejo y tono de intimacion. Pasó fray Cristóbal á su celda, metió el breviario y sus sermones en unas alforjas, se ciñó con una correa el cuerpo, se fué á despedir de sus cohermanos, y despues de haber ido á tomar la bendicion del Guardian, se puso en camino con el compañero que se le habia nombrado.

Ya hemos dieho que alentado D. Rodrigo yempeñado más que nunca en llevar á cabo su pérfida empresa, estaba determinado á solicitar el auxilio de un malvado, del cual no podemos indicar ni siquiera por conjetura el nombre, ni el apellido, ni los títulos, cosa tanto más extraña, cuanto de este personaje hallamos memoria en más de un libro impreso: que este sujeto sea el mismo, no permite dudarlo la identidad de los hechos; pero en todas partes se advierte un estudio particular en ocultar su nombre. Francisco Rfvola, en la vida del cardenal Federico Borromeo, hablando del expresado personaje, le llama un caballero tan poderoso por sus riquezas como ilustre por su nacimiento; Ripamonti, en el libro quinto de la década quinta de su Historia patria, habla de él con bastante extension, llamándole siempre un sujeto, este hombre, aquel personaje, etc.

Referiré, dice en su elocuente latin, el caso de uno que, siendo de los primeros grandes de la ciudad, habia esta-