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| su patria, como en efecto lo verificó, aunque no á Milan, sino á un castillo de un feudo suyo, cerca de la frontera del territorio de Bérgamo, que entónces, como todos saben, pertenecia á la república de Venecia, y allí estableció su morada. Esta casa, dice el citado Ripamonti, era una oficina en que se despachaban decretos de sangre. Los criados eran todos bandoleros pregonados y asesinos, por manera que ni cocinero ni mozo de cocina estaban exentos de cometer homicidios, y hasta las manos de los muchachos solian bañarse en sangre humana. A tan honrada familia se agregaba otra de sujetos de igual calaña, diseminados por var.os puntos de su territorio, y dispuestos siempre á ejecutar sus órdenes.

Todos los tiranuelos de aquellos contornos tuvieron, quién en una, quién en otra ocasion, que escoger entre su amistad ó su odio, porque los primeros que intentaron hacerle frente quedaron tan mal parados, que en todos faltó el aliento para hacerle oposieion. No bastaba tampoco el estar metido en concha, como suele decirse, para no depender de sus caprichos, pues llegaba de cuando en cuando un emisario á intimar que se desistiese de tal 6 cual empresa, que se dejase de molestar á tal 6 cual deudor, 6 cosas semejantes: y entónces era preciso contestar categóricamente.

Cuando en cualquier negocio una de las partes acudia á su mediacion como por una especie de vasallaje, la otra se hallaba en la dura alternativa de someterse á su fallo, 6 de declararse enemigo suyo, que era equivalente, como él mismo decia, á estar hético en tercer grado. Muchos, sin tener razon, apelaban á él para tenerla, y otros, teniéndola, se adelantaban á escudarse con su patrocinio y cerrar la entrada á su adversario. Sucedió una vez que, implorando su proteccion cierta persona oprimida por un poderoso, se declaró por la parte débil, obligando al opresor á desistir de su empresa, y en caso de negativa empleó contra él medios violentos. En estas ocasiones aquel hombre tan temido y odiado no dejó de ser bendecido, porque á consecuencia de la dislocacion social de la época, aquella justicia, ó por mejor decir, aquel reparo de una vejacion no hubiera sido posible obtenerle de poder alguno, público ni privado. Todos estos hechos buenos y malos le habian dado tal nombradía en el territorio milanés, que su vida suministraba materia á mil cuentos populares, excitando su nombre la idea de un poder extraordinario y portentoso. Siempre que en alguna parte se presentaban bravos