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de aspecto más feroz de los que solian verse, 6 se hablaba de algun atentado cuyo autor se ignorase, al momento corria de boca en boca el nombre de aquel individuo, nombre que, por la singular circunspeccion (por no decir otra cosa) de nuestros escritores, no hemos podido averiguar, viéndonos por tanto en la necesidad de llamarle caballero anónimo, el señor del castillo, etc.

Desde este castillo á la morada de D. Rodrigo no habia más distancia que siete millas: así el último, apénas llegó á ser dueño y tirano de aquel distrito, se convenció de que con la vecindad de tal personaje no era posible emprender aquel género de vida sin chocar ó ponerse de acuerdo con él. Por esta razon le habia ofrecido sus servicios, haciéndose amigo suyo: y en efecto, le habia hecho algunos favores y recibido protestas de finas correspondencias y auxilio recíproco siempre que llegase á necesitarlo. Procuraba, no obstante, D. Rodrigo ocultar su amistad, 6 por lo ménos la intimidad y naturaleza de ella; porque, sí aspiraba á ser un tirano, pero no un tirano selvático y brutal. Semejante profesion no era para él un objeto, sino un medio; y como se proponia frecuentar la sociedad de la capital, y gozar de todas las comodidades, honores y diversiones de la vida civil, necesitaba tener miramientos, llevarse bien con sus parientes, cultivar la amistad de las personas de valimiento, poder apoyar una mano en la balanza de la justicia, para en caso necesario inclinarla á su favor, 6 bien inutilizarla, y áun dar con ella en la cabeza á algun adversario, cuando de este modo se pudiese sacar mejor partido que de la venganza privada.

El conocimiento, pues, de su intimidad, 6, por mejor decir, de su alianza con un hombre de aquella especie, enemigo furioso de la autoridad pública, no hubiera hecho en verdad buen estómago al Conde su tio; al paso que ciertas relaciones amistosas de mero cumplimiento, que no fuera fácil ocultar, pasarian por atenciones indispensables con respecto á un hombre cuya enemistad era sobrado peligrosa; siendo por otra parte la necesidad suficiente disculpa.

Una mañana, pues, salió D. Rodrigo en traje de caza con una escolta de bravos á pié, el Canoso al estribo y otros cuatro detras, y se dirigió al castillo del caballero sin nombre.