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de los últimos que lo intentaron; pero ya era historia antigua, y ninguno de los aldeanos se acordaba de haber visto por allí ningun ministro de justicia ni vivo ni muerto.

Esta es la descripcion que de aquel paraje nos dejó el autor anónimo ya citado, aunque sin expresar el nombre de su dueño. Léjos de eso, para no dejarnos rastro por donde pudiéramos formar conjeturas, nada nos dice del viaje de D. Rodrigo, sino que de golpe nos le presenta en el valle, á la falda del cerro, y á la entrada del tortuoso y empinado camino en donde habia una especie de venta, å que pudiera darse el nombre de cuerpo de guardia, sobre cuya puerta pendia una antiquísima muestra, en la cual estaba pintado por ambas partes un sol radiante: si bien la voz pública, que á veces repite los nombres segun se los enseñan, y á veces los desfigura á su antojo, no daba á semejante albergue otro nombre que el de la mala noche.

Al ruido de las pisadas de su caballo se presentó á la puerta un moceton, armad nocido el terreno, entró á avisar á tres bravos, que con unos naipes abarquillados y mugrientos jugaban en el zaguan. Levantóse el que parecia jefe, se asomó á la puerta, y viendo que el que llegaba era un amigo del amo, le saludó con respeto. Volvióle D. Rodrigo el saludo con mucha eortesía, preguntándole si el caballero se hallaba en el castillo, y babiendo recibido respuesta afirmativa, se apeó D. Rodrigo y entregó la brida al Tiraderecho, uno de los de su escolta. Quitóse luégo del hombro la carabina, dándosela á Serranillo, otro de los suyos; y aunque al parecer lo hizo como para alivio del peso y mayor comodidad de la subida, la razon verdadera fué tener entendido que á nadie se permitia subir con armas de fuego. Sacó despues algunas monedas y se las dió al Enticrravivos, otro de su comitiva, diciendo: «Aguardadme aquí vosotros, divirtiéndoos entretanto con esa buena gente.» Por último, puso en manos del cabo unos cuantos escudos, insinuándole que la mitad era para él y la otra para repartir entre sus compañeros. Hecho esto, empezó á subir la cuesta en compañía del Canoso, que tambien habia dejado su escopeta. Entretanto, los tres bravos referidos y el Rompehues08, que era el cuarto (;qué lindos apodos para que los conserve la historia!), se quedaron con los tres del señor del castillo y con aquel moceton, aspirante á la horca, á jugar, emborracharse y contar sus respectivas hazañas.

Otro maton del caballero anónimo que subia la cuesta, alcanzó á D. Rodrigo, le miró, y habiéndole conocido, se cuchillo y pistolas, y reco-