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incorporó con él, ahorrándole de este modo la molestia de decir su nombre y dar razon de su persona á cuantos fuera encontrando y no le conociesen. Llegado al castillo é introducido en él, quedándose fuera el Canoso, le hicieron atravesar un laberinto de corredores oscuros y varios salones, cuyos adornos eran carabinas, escopetas, trabucos, pistolas y sables. Habia un bravo de guardia en casi todas las piezas, y despues de saludar al último y aguardar un breve rato, fué admitido en la que ocupaba el dueño.

Acercóse éste á recibirle, correspondiendo á su saludo, y mirándole al mismo tiempo de piés á cabeza, y en especial á la cara y las manos, como por hábito lo hacía casi involuntariamente con cuantos se le presentaban, áun euando fuese el más antiguo de sus amigos. Era un hombre alto, flaco y calvo. Esta última circunstancia, la blancura de su escaso cabello y las arrugas del rostro, indicaban en él una edad más avanzada que la de sesenta años que apénas habia cumplido. Su aire, sus modales, la dureza visible de sus facciones y el fuego concentrado que resplaneia en sus ojos indicaban cierto vigor de cuerpo y alma, que hasta en un jóven hubiera parecido notable.

Díjole D. Dodrigo que iba á pedirle consejo y auxilio, pues hallándose empeñado en un negocio dificil, de que por su propio honor no podia retroceder, se habia acordado de las ofertas de un sujeto que siempre cumplia más que prometia; y en seguida se puso á contarle su infame tramoya. El caballero, que ya tenía indicios, aunque confusos, del tal negocio, le escuchó con la mayor atencion, tanto por lo que le agradaban semejantes historias, cuanto por estar complicado en aquella un nombre conocido y odiado en extremo, cualera el de fray Cristóbal, enemigo declarado de los poderosos que abusaban de su autoridad y fuerza, contra los cuales hablaba y obraba siempre que podia. Continuó despues D. Rodrigo ponderando la dificultad de la empresa... la distancia... un convento... la señora... Al oir esta palàbra, le interrumpió el caballero del castillo como si un demonio metido en su corazon se lo hubiese mandado, y 'añadió que tomaba á su cargo la empresa. Apuntó el nombre de la pobre Lucía, y despidió á D. Rodrigo con la promesa de que dentro de poco le daria aviso de lo que se hubiese adelantado.

Nuestros lectores, que probablemente se acordarán de aquel perverso Egidio que vivia cerca del convento en que estaba recogida Lucía, han de saber ahora que el tal personaje era uno de los más intimos amigos y camarada de