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camente en vivir como si no existiera. Y ahora en ciertas ocasiones de abatimiento, sin causa de terror, sin fundamento conocido, le parecia que en su interior le gritaba:

Yo eaisto. En el fervor juvenil de sus pasiones, la ley que habia oido anunciar á nombre de ese mismo Dios, la hubiera juzgado aborrecible; pero ahora, cuando la memoria se la recordaba, su razon la admitia, á pesar suyo, come cosa practicable y áun obligatoria. Sin embargo, léjos de dejar traslucir ni en obras ni en palabras algo de esta nueva inquietud, la ocultaba cuidadosamente, y disfrazándola con las apariencias de una más intensa y profunda ferocidad, trataba por este medio de ocultársela á sí mismo 6 de disiparla. Envidiando (ya que no le era dado aniquilarlos ni olvidarlos) aquelos tiempos en que solia cometer maldades sin remordimientos, y sin más cuidado que el de su feliz éxito, hacía los mayores esfuerzos á fin de que volviesen, y de robustecer de nuevo aquella antigua voluntad resuelta, orgullosa, imperturbable, persuadiéndose á sí mismo que era todavía el hombre de entónces.

Esta fué la causa de haber empeñado su palabra inmediatamente para cerrar la entrada á toda reflexion que pudiera hacerle titubear. Pero apénas salió D. Rodrigo, cuando conociendo que se debilitaba su resolucion, y que poco á poco le ocurrian pensamientos que le inclinaban á faltar á su palabra, exponiéndole á quedar mal con un amigo y cómplice suyo; para cortar de una vez tan penosa lucha, hizo llamar al Gavian, uno de sus más arrojados y diestros satélites, y el mismo de quien se valia para su correspondencia con Egidio, y con tono resuèlto le mandó que montase al momento á caballo, marchase en derechura á Monza, é informando á Egidio del compromiso en que se hallaba, le pidiese dictámen, medios y cooperacion para salir de él con lucimiento.

Volvió el perverso mensajero más presto que lo que su amo esperaba, diciéndole de parte de Egidio que la empresa era segura y fácil, para lo cual convenia que enviase un coche que no fuese conocido, con dos 6 tres bravos disfrazados, y que todo lo demas quedaba de su cuenta.

Con esta contestacion el caballero del castillo, pasase lo que pasase en su interior, dió inmediatamente la órden al mismo Gavilan para que todo lo dispusiese al tenor de la respuesta de Egidio, y marchase á la expedicion con otros dos que le designó por compañeros.

Si Egidio, para prestar el horrible servicio que se le pedia, hubiese contado con sus medios ordinarios, segura-