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mente no hubiera dado con tanta facilidad una contestacion tan terminante; pero en aquel mismo asilo en donde al parecer todo debia ofrecer obstáculos insuperables, tenía el pervers0 jóven un medio que él solo conocia; y lo que para otros hubiera sido una de las mayores dificultades, era para él un instrumento de ejecucion de su proyecto. Ya hemos referido cómo la desgraciada Gertrudis dió una vez oido á sus palabras, y el lector debe haber conocido que aquella vez no fué la última, sino el primer paso en una carrera de perversidad y de sangre. Habiendo aquellas mismas palabras adquirido un predominio absoluto sobre Gertrudis, 6 diré mejor, una autoridad irresistible para el delito, le impusieron en esta ocasion inocente puesta bajo su patrocinio.

Horrorizóse Gertrudis å semejante propuesta. Hubiérala parecido una desgracia perder á Lucía por un acontecimiento imprevisto, y sin culpa suya; pero deshacerse de ella por medio de una atroz perfidia, era un delito que repugnaba á su corazon, aunque corrompido. Para eximirse, pues, de tan horrendo mandato empleó todos los medios posibles, á excepcion del único infalible que estaba en su mano; porque sojuzgada su voluntad, no sabía resolverse á un rompimiento. El delito es un dueño rigido é inflexible, contra el cual sólo es fuerte el que se decide á una completa rebelion. A esta no pudo determinarse Gertrudis, y obedeció.

Era llegado el funesto dia, y se acercaba ya la hora señalada. Retirada Gertrudis con Lucía en su locutorio privado, la acariciaba más de lo regular, y la inocente jóven recibia y pagaba con excesiva ternura aquellas caricias, como la oveja que, balando bajo la mano del pastor que la palpa y suavemente la arrastra, se vuelve á lamer aquella misma mano, sin imaginar que fuera del redil la aguarda el carnicero, á quien acaba de venderla el mismo que la halaga.

—Necesito-le dijo Gertrudis-que me hagas un favor:

tú sola puedes bacérmelo, pues aunque tengo mucha gente que me sirva, ninguna es para mí de tanta confianza como tú. Por un asunto mio de mucha importancia, que te contaré despues, necesito hablar inmediatamente al padre Guardian de los capuchinos, el mismo que te ha traido aquí. Tambien me importa mucho, querida Lucía, que nadie sepa que yo le mandé llanmar, y tú sola puedes secretamente llevar este recado...

Aterró á Lucía semejante propuesta, y con su natural sacrificio de la