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bajos, y muy arrimada á la pared, y halló por las señas, y lo que se acordaba, la puerta del arrabal; salió por ella, y marchando toda metida en sí y algo trémula por el camino real, llegó y conoció el que conducia al convento. Este camino era y es todavía muy hondo, como el cauce de un riachuelo con árboles á los lados, que á nanera de bóveda casi lo cubren. Al entrar en él Lucia, y viéndole tan solitario, se aumentó su miedo, y comenzó á apresurar el paso; pero á corta distancia cobró algun ánimo al divisar un coche de camino, parado, y delante de la portezuela abierta, dos viajeros que miraban de un lado á olro, como si temiesen haber errado el camino. Habiéndose acercado más, oyó á uno de los dos que decia: «Aquí viene una buena mujer que nos enseñará el camino.» En efecto, llegada al coche, el mismo hombre con más agrado que lo que anunciaba su cara, se volvió y le dijo:

—Niña, quiere usted enseñarnos el camino de Monza?

—Van ustedes de todo punto extraviados... Monza está hácia aquella parte, contestó la pobrecilla, volviéndose para señalar con el dedo, cuando el otro compañero, que era el Gavilan, cogiéndola de repente por la cintura, la levantó del suelo. Aterrada Lucía, volvió la cabeza, dió un grito, y el perverso la metió en el coche. Cogióla otro que estaba dentro al vidrio, y á pesar de sus esfuerzos y gritos, la plantó sentada en la testera delante de si, al paso que otro tapándole con un pañuelo la boca, ahogó su voz y sus gemidos. Al momento se metió tambien el Gavilan en el coche, se cerró la portezuela, y echaron á andar á carrera tendida, quedando en tierra el que la habia hecho aquella traidora pregunta, el cual miró arrebatadamente todo alrededor, y viendo que nadie habia, se puso de un salto en el alto de la orilla, se aseguró de una rama de un seto que guarnecia el camino, brineó al otro lado, y entrando en unos matorrales que largo trecho, se ocultó en ellos, para que no le viesen la gentes que hubiesen podido acudir á los gritos. Era este up satélite de Egidio, que apostado cerca de la puerta del convento, vió á Lucía salir, le tomó las señas, y por un atajo marchó á aguardarla al punto convenido.

¿Quién podrá ahora describir la angustia de aquella desgraciada, y dar una idea de lo que pasaba en su corazon? Espantada abria los ojos para conocer su horrible situacion, y al punto los cerraba por la repugnancia y el terror que le infundian aquellos monstruos.

A veces forcejaba; pero por todas partes estaba sujeta:

extendian por