Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/280

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 268 —

otras reunia todas sus fuerzas, intentando arrojarse á la portezuela; pero la tenian como clavada en la testera del coche dos robustos brazos, y cuatro groseras manos la empujaban hácia ella. En euanto hacía el menor esfuerzo para dar un grito, el pañuelo se le ahogaba en la boca: entretanto tres bocas de infierno, con la suavidad que su bronca voz les permitia, no cesaban de repetir: «Calla, calla, no tengas miedo; no tratamos de hacerte mal.» Despues de algunos momentos de tan penosa lucha, pareció tranquila, soltó los brazos, dejó caer la cabeza atras, levantó con trabajo los parpados, sus ojos quedaron inmóviles, y aquellas horrendas caras le parecieron un conjunto confuso de monstruos; faltóla el color del rostro, que se le cubrió de un sudor helado, y perdió el uso de los sentidos.

—jAnimo! jánimo!-decia el Gavilan.-Ánimo! jánimo!- repetian los otros dos bribones; pero la falta de sentido libraba á Lucía de oir las voces de consuelo de aquella canalla.

—iQué diablos!-dijo uno,-parece muerta. ¿Si habrá muerto de véras?

—Vaya,-contestó el otro;-es uno de aquellos accidentes que padecen las mujeres. Yo sé que cuando he querido enviar al otro mundo algun penitente, hombre 6 mujer, muy diferente eran sus visajes.

—Basta,-dijo el Gavilan;-piense cada uno en cumplir con su obligacion, sin tantas bachillerías. Sacad de debajo de los almohadones los trabucos por tencrlos listos, porque en ese bosque en que vamos á entrar hay siempre algunos bribones apandados; pero no en la mano de esa manera: ¡qué diablos! ponedlos á la espalda tendidos. ¿No veis que esta muchacha es una gallina que de todo se asusta? Si ve armas, es capaz de morirse de véras. Cuando vuelva en sí, cuidado con meterle miedo: ni la toqueis, sino cuando yo os haga una seña. Yo solo basto para tenerla: callad, pues; dejadme que hable yo solo.

Con esto el coche habia entrado ya en el bosque.

Al cabo de algun tiempo la pobre Lucía empezó á volver en si, como si despertara de una profunda pesadilla, y abrió los ojos. Tardó algun tanto en distinguir los fieros objetos que la rodeaban, y en coordinar sus ideas; pero al fin comprendió de nuevo su espantosa situacion.

El primer uso que hizo de sus pocas fuerzas recobradas fué el arrojarse håcia la portezuela del coche; pero la contuvieron, y no consiguió sino ver un instante la silvestre soledad por donde pasaba. Levantó de nuevo la voz; mas