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apoyada en el borde de la portezuela y mirando á Lucía, le iba diciendo:

—Ven, pobrecita niña! ven conmigo, que tengo órden de tratarte bien y animarte.

Al eco de una voz femenil, se consoló y animó momentáneamente Lucia; pero sobrecogida de nuevo de más profundo espanto:

—iQuién es usted?-preguntó con voz trémula y mirando como atónita la cara de la vieja, que repetia sin cesar:

«Ven, pobrecilla, ven, querida mia.»

Conjeturando el Gavilan y sus dos compañeros por las palabras extraordinariamente halagüeñas de la vieja las intenciones del amo, tralaban de persuadie á Lucía con buenos modales á que obedeciera: sin embargo, ésta no cesaba de mirar afuera, y aunque el lugar silvestre y desconocido y la presencia de sus opresores no le dejaban esperanza de ser socorrida, abrió la boca para gritar; pero al leer en los ojos del Gavilan la amenaza del pañuelo, calló, tembló, forcejó; no obstante, la agarraron y la metieron en la lit ra. Entró tras de ella la vieja: el Gavilan dispuso que los dos satélites fuesen detras como de escolta; y él se apresuró á ir á recibir las órdenes de su amo.

—¿Quién es usted?-preguntaba con ánsia Lucía, mirando aquel espantoso y arrugado gesto.-¿Dónde estoy? Dónde me llevan?

—A la presencia de quien quiere hacerte bien,-respondió la vieja,-de un gran... ¡Dichosos aquellos á quienes quiere hacer bien! ;Qué fortuna para ti! qué fortuna! No tengas miedo; alégrate... me ha mandado que te anime.

Le dirás que te he animado; įsí?

—¿Quién es?... ¿por qué? ¿para qué me quiere? yo no soy suya. Digame usted dónde estoy. Déjeme usted que me vaya. Digale usted á esa gente que me dejen... que me lleven á algusa iglesia. ¡Ay! usted que es mujer, en nombre de María Santisima...

Este dulce y santo nombre que con veneracion habia proferido la vieja en sus primeros años, y en largo tiempo no habia vuelto á invocar, ni tal vez á oir, hizo en su ánimo una sensacion confusa, extraña y lenta, como la memoria de la luz y de las formas en un octogenario ciego desde su infancia.

Entretanto el caballero, de pié en la puerta del castillo, miraba abajo viendo la litera, como ántes el coche, subir paso á paso, y delante de ella á distancia que progresivamente se aumentaba, marchar el Gavilan presuroso. Lle- 18