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naban un cuadro de luz pálida cortado en cuadros menores por los hierros de la reja, y en otros más pequeños por las divisiones de los vidrios.-¡Algun demonio 6 algun ångel la protege! ;Compasion el Gavilan!... Mañana, temprano, saldrá de aqui para su destino, y ya no se hable más de ella... y que no venga ese mentecato de D. Rodrigo á romperme la cabeza para darme las gracias, porque no quiero oir hablar de ella... Le he servido porque... porque se lo ofrecí... y lo ofrecí... porque es mi destino; pero he de hacer que me pague bien caro este servicio.

Y empezando á discurrir alguna empresa escabrosa en que pudiese ocupar á D. Rodrigo en pago, ó más bien en pena, vino á interponerse de nuevo en su mente la compasion del Gavilan.

—¡Mujer singular debe ser ésta!-continuó para sí, llevado siempre de aquel pensamiento.-¿Qué medios habrá empleado? ;Compasion el Gavilan!... no, pero sí; quiero verla.

Y pasando de una pieza en otra, halló una escalerita, se dirigió á tientas al cuarto de la vieja, y con el pié llamó á la puerta.

—¿Quién es?-preguntó la vieja.

—Abre,-respondió el amo.

A esta voz dió la mujer un brinco, y al punto se oyó correr el cerrojo, y de par en par se abrió la puerta. Desde el umbral recorrio el señor del castillo con la vista todo el cuarto, y á la luz de una lamparilla que estaba ardiendo sobre una mesa, vió á Lucía en el suelo acurrucada en el rincon del cuarto más distante de la puerta.

—¿Y quién te ha mandado;-dijo con ira á la vieja,- quién te ha mandado, desalmada, que la eches allí como un costal de andrajos?

—Ella se colocó donde quiso,-respondió humildemente la vieja.-Ya he hecho cuanto he podido para animarla: ella misma lo puede decir.

Acercándose el caballero al rincon en que estaba Lucía:

«Levántate,» le dijo; pero Lucia, á quien el llamar á la puerta, el abrir, las pisadas y la voz habian causado nuevo espanto, permanecia encogida en su rincon, tapándose con las manos la cara, y sin más movimiento que el del temblor que ocupaba todo su cuerpo.

—Levántate, que ningun daño quiero hacerte y puedo hacerte bien,-replicó el señor del castillo;-levántate, dijo con voz más fuerte y como irritado de haber mandado una cosa dos veces en balde.