bas llenado de humo, y quisieras que yo satisfaciera tu curiosidad para que me ahorcara luégo?... Pregúntaselo á él. Si yo te lo dijera, no caerian sobre mí esos requiebros que has oido. Yo ya soy vieja,-prosiguió refunfuñando entre dientes,-y á perro viejo no hay tus, tus. ¡Mal hayan las mozuelas! que llorando 6 riendo, siempre, siempre parecen bien, y siempre tienen razon...
Pero al oir que Lucía sollozaba, y acordándose de lo que le habia mandado su amo, se bajó hácia la pobrecita acurrucada, y con voz blanda le dijo:
—Vaya, que nada te he dicho que pueda ofenderte.
Tranquilízate... no me preguntes las cosas que no te puedo decir; y en cuanto á lo demas, ten buen ánimo. ¡Ah si supieras! ¡Cuánta gente se alegraria de que le hablase como å tí te ha hablado! Alégrate, pues, tambien tú; presto traerán de comer... Y yo que entiendo las cosas... estoy segura, segun te ha hablado, de que te irá bien. Despues te meterás en la cama, y si quieres dejarme un ladito...-- añadió con un acento de rabia reprimida.
—No quiero comer,-contestó Lucfa;-no quiero dormir: dejadme quieta aquí, y no os acosteis ni os aparteis de mi lado.
En este estado no sentia ni el frio ni el hambre, y como atolondrada, no tenía de su afliccion y de su mismo miedo sino una idea confusa, á manera de la que tiene de sus sueños un calenturiento.
Recobróse cuando oyó llamar á la puerta, y levantando la cabeza, gritó:
—¿Quién es? ¿quién es? Que nadie éntre.
—Nada, nada, buena noticia,-dijo la vieja;-es Marta que trae de comer.
—Cierre usted... cierre usted aprisa,-gritaba Lucía.
—Poco á poco,-dijo la vieja.
Y tomando de Marta un cesto, la despachó apresuradamente, cerró la puerta y fué á poner el cesto sobre una mesa en medio del cuarto. Llamó luego repetidas veces á Lucía, brindándola para que fuese á disfrutar de aquellos manjares.
Empleaba las palabras á su parecer más eficaces para convencer á su huéspeda, 6 prorumpia en exclamaciones ponderando los platos y las salsas.
—-Estos son-decia-bocados de cardenal: el vino es el que bebe el amo con sus amigos, cuando alguno llega y tratan de alegrarse.
Pero viendo que con toda su elocuencia nada adelantaba: