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Paróse á escuchar cierto ruido que oia, y advirtió que era el roncar lento y acatarrado de la vieja. Abrió los ejos, y vió un resplandor débil, que alternativamente aparecia y desaparecia: era la lámpara que, próxima á apagarse, arrojaba una luz trémula, la cual de pronto parecia cesar, y que separándose de los objetos ántes que por ella tomasen su verdadera figura y colorido, presen!aba á la vista un conjunto de cosas confuso y desordenado; pero renovándose al momento en la imaginacion las recientes impresiones, pudo distinguir lo que parecia confuso á los sentidos, con lo cual despierta la infeliz conoció su cárcel, acometiéndola al mismo tiempo todas las memorias del tremendo dia que habia pasado, y los temores que le infundia un porvenir espantoso. Aquel sosiego mismo, despues de tanta agitacion, aquella especie de descanso y abandono en que la dejaron, infundieron en ella un nuevo terror, y fué sobrecogida de una pena tan grande, que llegó á desear la muerte. Pero en aquel instante le ocurrió que podia rezar, y este pensamiento le causó algun consuelo. Sacó, pues, 8u rosario, y comenzó á rezarle; y á medida que las palabras salian de su boca, experimentaba su corazon una confianza irdeterminada, cuando de golpe que su oracion seria más grata al Señor, si en tal apuro hiciera alguna promesa. Acordóse de lo que más amaba, ó por mejor decir, de lo que más habia amado, pues en aquel momento no era capaz de otro afecto más que de terror, ni podia concebir oiro deseo sino el de su libertad, y determinó ofrecerlo en holocausto. Púsose, pues, de rodillas, y juntando las manos, de las cuales estaba pendiente el rosario, alzó la cabeza y los ojos al cielo, y dijo:

—0h, Virgen Santísima! á quien tantas veces me he recomendado, y que tantas veces me habeis consolado: vos que habreis sufrido tantos dolores, y ahora estais llena de tanta gloria, y habeis hecho tantos milagros en alivio de los afligidos, ayudadme, sacadme libre de este peligro, haced que vuel va á unirme con mi madre, ¡Virgen gloriosísima! y hago voto de castidad, abandonando por siempre á mi pobre desgraciado para ser eternamente vuestra.

Pronunciadas estas palabras, bajó la cabeza, echándose al cucllo el rosario como una especie de consagracion del voto y de salvaguardia á un tiempo de su persona, y sentándose otra vez en el suelo experimentó su ánimo más tranquilidad y mayor confianza. Se acordó de aquel mañana que repitió el señor del castillo; esta expresion le pareció una promesa de salvamento. Fatigados sus sentidos pasó por la idea