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con tanta guerra, fueron quedando poco á poco embargados en aquella tregua de pensamientos, y ya cerca del ,amanecer, Lucía con el nombre de su protectora en la boca, quedó sumergida en un completo y profundo sueño.

Alguno habia en el castillo que hubiera querido hacer otro tanto, y jamás pudo conseguirlo. El señor. escapado, digámoslo así, de la vista de Lucia, dada la órden para su cena, verificada la acostumbrada visita de ciertos puntos del castillo, siempre con aquella imágen en su fantasía, y sus úllimas palabras en los oidos, entró en su cuarto, cerrándose dentro con furia, como si hubiese fuera un eremigo más fuerte que él, y desnudándose se metió en la cama.

Pero aquella misma imágen, sin apartarse nunca de su imaginacion, parecia que le estaba diciendo: no dormirás.

—iQué curiosidad-decia para sí-fué la mia de ver á esa mujerzuela! Veo que tiene razon ese bestia de Gavilan; si uno deja que se apodere de su ánimo la compasion, ya no es hombre... Yo á la verdad no soy... ¿Qué me ha sucedido? ¿Qué diablos se me habrán metido en el cuerpo? Acaso no sabia yo que las mujeres gimotean? Tambien lo hacen los hombres cuando no pueden rebelarse contra la fuerza. ¡Vaya, vaya! ¡Como si yo nunca hubiese visto mujeres haciendo alharacas! Y aquí, sin fatigar mucho su memoria, se le presentaba á la imaginacion más de un caso en que ni súplicas ni gemidos pudieron hacerle desistir de empresas ya resueltas; pero semejante reminiscencia, léjos de prestarle el ánimo que le faltaba para llevar á cabo la presente como lo esperaba y creia, léjos de disminuir su compasion, no bacía sino agragarle una especie de consternacion y terror; por manera, que le pareció que encontraba alivio en volver al recuerdo de Lucía, contra el cual habia procurado alentar su valor.

—Está viva,-decia entre si;-se halla aquí: estoy todavía en tiempo de poderle decir: consuélate, oéte, y... áun de disculparme... ¡Yo disculparme con una mujercilla! Sin embargo, si una palabra pudiera quitarme de encima esta fatiga... ¡A qué me veo reducido! Ya me parece que no soy el hombre de antaño... ¡Ea!-diciendo esto, se volvió arrebatadamente al otro lado, pareciéndole más dura la cama y más pesada la colcha, y añadió:-¡Ea! ;fuera niñerías!

| algunas me han inquietado otras veces; aquéllas se pasa- , ron, á éstas les sucederá lo mismo.

No encontró, sin embargo, el descanso que deseaba.

Continuaron molestándole mil cavilaciones; todos sus pen-