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rigiéndose ántes al de Lucfa. Dejó la carabina en un rincon cerca de la puerta, y llamó dando á conocer al mismo tiempo su voz. Saltó de la cama la vieja, se echó unos trapos encima y corrió á abrir. Entró el amo, y dando una mirada por todo el cuarto, vió á Lucía encogida y quieta en su rincon.

—Duerme?-preguntó de quedo á la vieja,-iy duerme en aquel sitio? ¿Son esas, mala hembra, las órdenes que te he dado?

—He hecho cuanto he podido,-respondió la vieja;-pero no me ha sido posible conseguir que tomase bocado ni viniese á acostarse.

— Déjala que duerma, y ten cuidado de que nadie la incomode. Cuando despierte... besde luégo vendrá Marta aquí al cuarto inmediato, y tú la mandarás que traiga lo que Lucía te pida. Cuando despierte dile que yo... que el amo ha salido por poco tiempo, que volverá pronto, y que hará lo que ella quiera.

Atónita quedó la vieja diciendo entre sí: «¿Si será ésta alguna princesa?» Salió del cuarto el señor del castillo; recogió su carabina; á Marta le mandó que hiciese antesala, y al primer bravo que encontró que estuviese de guardia para que nadie pusiese el pié en aquel recinto: salió luégo del castillo, y á paso acelerado echó á andar la cuesta abajo.

En el manuscrito que ya hemos citado algunas veces no se hace mérito de la distancia que mediaba desde el castillo al pueblo en que se hallaba el Cardenal; sin embargo, parece que sólo debia ser un largo paseo, proximidad que no deducimos de la concurrencia de los aldeanos á dicho pueblo, pues en las memorias de aquellos tiempos hallamos que desde veinte millas acudieron las gentes para ver una vez al Cardenal-arzobispo, sino que lo que tenemos que referir acerca de las cosas que sucedieron en aquel dia, nos induce á inferir que el tránsito no debia ser muy largo. Los bravos que se hallaban en la cuesta se paraban respetuosamente al pasar el señor del castillo, y aguardando si tenia órdenes que darles, 6 queria que le acompañasen, se quedaban absortos al ver su ceño y das con que les contestaba.

Pero así que llegó abajo y se halló en el camino real, fué otra cosa. Entre los primeros que le divisaron se levantó un murmullo muy grande, miråndole todos con desconfianza, y apartándose con disimulo de su persona. En todo el camino no dió ni un paso con alma viviente, pues todos mira-