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| tiempo recrea el ánimo con un agradable sentimiento de respeto y una dulce simpatía, especialmente despues de tantas imágenes de dolor, y el recuerdo de repetidas y terribles perversidades. No hay remedio; es indispensable que empleemos algunos renglones en obsequio de este eminente personaje. El que no quisiese leerlos y prefiriese oir la continuacion de la historia sin episodios, pásese en derechura al capítulo siguiente.

Federico Borromeo, que nació en 1564, fué uno de aquellos varones ilustres, raros en todos tienmpos, que con un talento superior, con cuantos medios proporciona la opulencia, y con las ventajas de su privilegiada elase, los empleó con ansioso y constante empeño en el bien de su prójimo. Su vida puede compararse á un arroyuelo que, saliendo cristalino de la peña sin estancarse ni enturbiarse nunca en su largo curso por diversos terrenos, va á desembocar limpio y trasparente en el rio. Entre las comodidades y la pompa dió oidos desde la infancia á las palabras de abnegacion y humildad, y á las maximas relativas á la vanidad de los placeres, á la injusticia del orgullo, á la verdadera dignidad, y á los verdaderos bienes, las cuales, penetren ó no penetren en los corazones, se trasmiten de una generacion en otra por los documentos elementales de la religion. Dió oidos, repito, á semejantes máximas, las apreció, y meditándolas con reflexion, halló que eran verdaderas. Con esto comprendió que no podiau serlo otras palabras y otras máximas opuestas, que tambien se trasmiten de edad en edad con igual aseveracion, y á veces por la misma boca; y se propuso tomar por norma de sus acciones y pensamientos las que conoció ser la verdad pura. Por ellas se convenció de que la vida no debia ser un peso para muchos y una delicia para algunos, sino para • todos un empleo de que cada uno habia de dar cuenta, y desde muchacho empezó á pensar en hacer útil y santa la suya.

En 1580 manifestó su resolucion de abrazar el estado eclesiástico, y recibió las órdenes de mano de su primo Cárlos, que desde entónces la voz gencral aclamaba ya por santo. Entró mismo San Cárlos en Pavía, y que aún conserva el nombre de su familia, y allí, ocupándose asiduamente en los deberes prescritos por instiluto, se impuso de motu propio otros dos, que fueron el de enseñar la doctrina cristiana á los más rudos y desvalidos del pueblo, y el de visitar, servir, consolar y socorrer á los enfermos. Valióse de la autodespues el seminario, que fundó el