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ridad que le proporcionaba el mismo estabiecimiento para inducir á sus compañeros á que le ayudasen en semejante ocupacion; y en loda obra de utilidad y honra ejerció la primacía de ejemplo que por su carácter y talento hubiera quizá logrado aunque hubiese sido de la más humilde fortuna. Las demas ventajas que las circunstancias de su clase podian proporcionarle, no sólo no las buscó, sino que puso el mayor empeño en rehusarlas. Su mesa fué más bien pobre que frugal, y su vestir más humilde que rico, y al tenor de esto fué toda la conducta de su vida. Ni jamás pensó en mudar de sistema, por más que varios de sus parientes le reconviniesen y se quejasen de que deslustraba el decoro de su familia.

Otra guerra tuvo que sostener por parte de los maestros, los cuales, furtivamente y como por sorpresa, empleaban para su uso objetos más ricos que le distinguiesen de los demas, y le representasen como el príncipe de la casa; ya porque creyesen hacerlos gratos con la continuacion, ya porque los moviese aquel cariño servil que se envanece y recrea con el lustre ajeno, 6, en fin, porque fuesen de aquellos supuestos prudentes que, asustándose tanto de las virtudes como de los vicios, predican continuamente que la virtud está en el medio, y este medio le colocan en el punto á que ellos han llegado, y en que sin incomodidad permanecen. Léjos Federico de conformarse con semejanies oficiosidades, reconvino siempre á sus autores, y esto era en su edad entre la pubertad y la juventud.

No es de admirar el que viendo á San Cárlos su primo, mayor que él de veinticinco años, con aquel aspecio respetable, cercado de obsequios y veneracion, y autorizado todavía más por su fama, y los indicios evidentes de su santidad, Federico muy jóven procurase imitar su ejemplo, y conformarse con las máximas de tan respetable pariente; pero lo que hay más admirable es que despues de la muerte de éste, nadie pudiese advertir que á Federico, de edad entónces de solo veinte años, le habia faltado un director y un maestro.

La fama que cada dia se aumentaba de su talento, doctrina y piedad, su parentela, los empeños de más de un cardenal de influjo, el crédito de su familia, en la que su primo habia vinculado, segun la opinion general, una idea de santidad y supremacía sacerdotal; en fin, todo lo que debe y puede elevar á los hombres á las dignidades eclesiásticas, concurria á pronosticárselas; pero el jóven Federico, persuadıdo en su corazon de lo que nadie que pro-