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fesa el cristianismo puede negar; á saber, que no hay en justicia superioridad de un hombre sobre los demas sino en cuanto redunda en mayor bien del prójimo, temia las dignidades y procuraba evitarlas, no porque huyese de servirlas, pues pocas vidas se emplearon en esto tanto eomo la suya; sino porque no se creia suficientemente dgno y capaz de tan alto y peligroso servicio; por lo que, habiéndole propuesto en 1595 Clemente VIII el arzobispado de Milan, se afligió, negándose sin titubear á admilirlo, hasta que por fin tuvo que acceder al mandato expreso del Papa.

Šemejantes demostraciones no son quién lo ignora? ni difíciles ni raras: y ciertamente no ha menester la hipocresía mayor esfuerzo para ostentarlas, que la sátira para burlarse de ellas sin distinguir de casos. ¿l'ero dejarán de ser por eso la expresion natural de un sentimiento de virtud y modestia? La vida es la piedra de toque de las palabras, y las palabras que expresan tales sentimientos, áun cuando pasen por los labios de cuantos impostores y bufones tiene el mundo, serán siempre nobles y dignas de respeto, con tal que las autorice una vida anterior y posterior de desinteres y sacrificios.

Siendo ya arzobispo puso un estudio particular en no tomar para sí ni bienes, ni tiempo, ni cuidados, sino lo puramente necesario. Decia, como dicen todos, que las rentas eclesiásticas son el patrimonio de los pobres; y de qué modo hiciese luégo la aplicacion de semejante máxima se puede inferir del hecho siguiente. Quiso que se calculase á cuánto podian ascender los gastos para su manutencion y la de los individuos destinados al servicio de su persona; y habiéndosele dicho que bastarian seiscientos sequines (mil doscientos pesos fuertes), mandó que de sus bienes patrimoniales se entregase cada año dicha cantidad á la tesorería arzobispal, creyendo que no le era permitido, siendo riquísimo, vivir de aquel patrimonio. Del suyo mismo era igualmente tan económico que jamás desechaba un vestido que no fuese casi inservible; sin embargo, reunia á semejante sencillez la más extremada limpieza, dos hábitos poco comunes en aquellos fastuosos y desaseados tiempos. De la misma manera, para que nada se despèrdiciase de las sobras de su frugal mesa, las destinó á un hospicio de pobres, y uno de éstos por órden suya entraba todos los dias á recogerlas. Disposiciones tan minuciosas pudieran indicar una virtud mezquina, y un ánimo apocado, incapaz de empresas sublimes, si no existiese la céle- 19