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bre biblioteca Ambrosiana que ideó con generoso desinteres y fundó á costa de inmensos gastos.

Para proveerla de libros y manuscritos, además de aplicarle los que él mismo con gran diligencia y costo habia ya recogido, destinó ocho personas de las más ilustradas é inteligentes, para recoger cuantos pudiesen por Italia, Francia, España, Alemania, Flandes, Grecia, y hasta el Líbano y Jerusalen, con lo cual consiguió reunir treinta mil volúmenes y catorce mil manuscritos. Agregó á la biblioteca un colegio de doctores con obligacion. de cultivar el estudio de la teología, de la historia, de las letras humanas, de las antigüedades eclesiásticas, y de las lenguas orientales, con el encargo de publicar cada uno de ellos alguna obra acerca de la materia que se le señalase. Agrególe tambien un colegio, al cual dió el nombre de trilingüe, para el estudio de las lenguas griega, latina é italiana; otro colegio de jóvenes para que fuesen instruidos en aquellas facultades y lenguas, á La dotó igualmente con una imprenta de lenguas orientales, á saber, la caldea, la arábiga, la hebrea, la persiana y la armenia, con una galería de pinturas, otra de estatuas, y una escuela de las tres bellas artes, para la cual no le fué dificil hallar profesores ya formados. Por lo demas, ya hemos visto lo que costó la adquisicion de libros y manuscritos, pero más hubo de costarle el encontrar tipos para los caracteres de aquellas lenguas, ménos cultivadas entónces en Europa que en el dia, y mucho más que los tipos, los profesores y operarios: basta decir que de los nueve doctores que seña!ó para el colegio, sacó ocho de entre ļos alumnos del Seminario diocesano, de donde se puede inferir la opinion que le merecian los estudios, y las reputaciones ya formadas de aquel tiempo, opinion conforme con la que despues parece haber confirmado la posteridad, echándolos en olvido. En el reglamento que dejó para gobierno de la biblioteca, se descubrió una intencion de utilidad perpétu9, no acertada en su esencia, pero sábia 'en muchos puntos, y superior á las ideas y hábitos comunes de aquella época. Prescribió al bibliotecario que entablase y conservase relaciones con los hombres más doctos de Europa, para enterarse del estado de las ciencias, y tener noticia de los mejores libros que se publicasen, á fin de adquirirlos. Le impuso el cargo de indicar á los que se dedicaban al estudio las obras que podian serles de utilidad, y mandó que á todos, naturales y extranjeros, se les franqueasen los libros, cosa que en el dia parece natural y conde que señasen en sucesivo.