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siguiente á la fundacion de una biblioteca; pero no lo era entónces: y en la bistoria de la Ambrosiana, escrita con el estilo y elegancia de aquel siglo por cierto Pedro Pablo Bosca su bibliotecario, despues de la muerte del Cardenal, se especifica, como cosa extraordınaria, que en aque!la librería fundada por un particular se prestasen á todo el mundo los libros, se franqueasen á cualquiera que los pidiese, y se le diese asienio, pluma, tintero y papel para hacer apuntes, miéntras en otras célebres bibliotecas públicas de Italia, los libros quedaban ocultos en los estantes, de dorde no se sacaban sino cuando por favor se les antojaba á los bibliotecarios franquearlos á alguno, sin que hubiese ni idea siquiera de asiento y comodidad para poder estudiar los concurrentes.

Crecmos inoportuno entretenernos ahora en demostrar cuánto contribuye á la ilustracion y cultura del país semejante establecimiento; pero no podemos prescindir de manifestar cuán ilustrado, benéfico y amante de los progresos del saber humano sería el que lo proyectó, lo quiso y lo ejecutó en medio de aquella ignorancia, inercia, y desaplicacion general, y de consiguiente en mudio de los:

A qué viene eso? ¿No hay otras cosas en qué pensar? No es mala extravagancia! y otras sandeces semejantes, que serian en más número entónces que los escudos que costó la empresa, y que pasaron de ciento cincuenta mil, la mayor parte de su propio patrimonio.

Para calificar de liberal benemérito en extremo á aquel dignísimo prelado, no fuera preciso saber que expendió al mismo tiempo sumas cuantiosas en socorro de los pobres, y hay quien opina que los gastos de aquella clase son la mejor y más útil limosna: pero en el concepto del cardenal Borromeo, la limosna propiamente llamada era una obligacion principalísima, y en esto anduvo con forme con la opinion del siglo. En todo el discurso de su vida no dejó de socorrer á los pobres, y con motivo de la carestía de que hemos hablado, tendremos que referir algunos rasgos, por los cuales se verá la delicadeza y finura con que procedió áun en este género de liberalidad. De entre los muchos y singulares ejemplos de esta virtud de que hacen mérito sus biógrafos, citaremos uno solo. Teniendo noticia de que cierto caballero se valia de violencia y artificios para meter monja á una hija suya, lamó á su padre, y habiéndole arrancado el secreto de que el motivo verdadero de aquella vejacion era el no tener cuatro mil escudos para colocar con decencia á su hija, mandó el Cardenal que in-