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mediatamente se los entregasen. No faltarán personas á quienes parezca exorbitante, mal calculada y de excesiva condescendencia con los necios caprichos de un hombre vano, semejanto largueza, y que cuatro mil escudos podian haberse empleado mucho mejor en cosas de mayor provecho. A esto nada tenemos que responder, sino que sería de desear que se repitiesen á menudo excesos de una virtud tan libre de las preocupaciones dominantes, y tan separada de la tendencia general, como fué la que en este caso decidió á un arzobispo á dar cuatro mil escudos para impedir que una jóven sin vocacion entrase religiosa.

No ménos que la inagotable caridad de este prelado brillaba su modo de ejercerla. Siendo de fácil acceso para todos, lo era aún más para los que se llaman de baja extraccion, á los cuales trataba siempre con afectuosa jovialidad, tanto más cuanto sabía qué poco de esto encontraban en el mundo.

Sobre lo cual tuvo tambien que luchar con ciertas gentes, á quienes parece siempre excesiva toda familiaridad de los superiores. En una ocasion en que hallándose de visita en un pueblo de la sierra, y de inculto vecindario, y al paso que instruia á unos niños pobres, los acariciaba, una de las expresadas personas le advirtió que usase de más cautela en eso, pues aquellos muchachos estaban demasiado sucios y asquerosos, como si al Cardenal le hubiese faltado el discernimiento necesario para conocerlo. Tal es en ciertos tiempos la desgracia de los hombres constituidos en alta dignidad, que miéntras encuentran tan pocos que les hagan presentes sus yerros, no falta quien tenga valor de censurarlos cuando obran bien. El buen prelado, no sin algun enojo, contestó: «Son mis ovejillas; quizá no me volverán á ver la cara, ¿y no quereis que yo los acaricie?»

Sin embargo, tan raro era en él el resentimiento, que todo el mundo admiraba su genio apacible y la imperturbabilidad de su carácter, que siendo efecto de su constante predominio sobre su índole viva y fogosa, parecia serlo de su feliz temperamento. Si alguna vez se manifestó severo y áun duro, fué con los pastores sus subordinados en quienes notaba avaricia, abandono, ú otros defectos especialmente opuestos á su noble ministerio. Por lo tocante á su interes 6 á su gloria temporal, jamás dió señales ni de gozo, ni de pesadumbre, ni de calor, ni de agitacion; siendo admirable si en su ánimo no se suscitaban semejantes movimientos, y más admirable si los experimentaba. En los