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ballero. Recibióle el Cardenal con rostro sereno, y con los brazos abiertos como á persona á quien esperaba, é inmediatamente hizo señas al Capellan para que se saliese, lo que verificó sin detencion.

Ya solos entrambos, permanecieron callados, y de diverso modo suspensos. El caballero, que habia dado este paso más bien arrastrado por un delirio inexplicable, que conducido voluntariamente, permanecia allí tambien como por fuerza, destrozado interiormente por dos pasiones opuestas, á saber: por una parte el deseo y la esperanza confusa de hallar alivio á su tormento, y por la otra la ira y la vergüenza de haber venido allí como un arrepentido sumiso, como un imbécil á confesarse culpado y á implorar el favor de un hombre: por esto no encontraba palabras con que expresarse, y casi no las buscaba, pero levantando los ojos para mirar el rostro de aquel varon respetable, experimentaba cada vez más un sentimiento de veneracion imperioso y dulce al mismo tiempo, que aumentando la confianza, mitigaba el despecho, y arrostrando el orgulio, le obligaba al silencio.

Con efecto, la presencia del Cardenal era una de aquellas que, al paso que indican cierta superioridad, inclinan á amarla. Su porle era naturalmente modesto, y casi involuntariamente majestuoso, sin que le encorvasen ni entorpeciesen los años; el mirar grave; los ojos vivos, y la frente espaciosa y despejada entre las canas y los rastros de la abstinencia, de la meditacion y del trabajo. Todas sus facciones daban á conocer que en otra edad hubo lo que verdaderamente se llama hermosura; y el hábito de los pensamientos sublimes y benéficos, la paz interior de una larga vida, el amor á los hombres, y el placer de una esperanza inefable habian sustituido en su rostro cierta hermosura senil, que sobresalia todavía más con la magnffica sencillez de la púrpura.

El tambien tuvo por un momento clavada en el caballero aquella vista penetrante y acostumbrada de largo tiempo á deducir por el rostro los pensamientos, y pareciéndole descubrir, bajo aquel aspecto tétrico y turbado, alguna cosa conforme con la esperanza que concibió en el instante en que te anunciaron la llegada del caballero:

—iAh, y cuán grata,-dijo,-es para mí semejante visita! ;Cuánto debo agradecer una resolucion tan buena, aunque tenga para mí algo de reconvencion!

—Reconveneion!-exclamó el caballero, lleno de admiracion, pero ablandado con aquellas palabras y aquellos