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vantando los ojos y las manos al cielo,-qué he hecho yo, siervo inútil, pastor descuidado, para que me convides á este banquete de gracia? ¿para que me haya hecho digno de asistir á tan gran prodigio de misericordia?-diciendo esto alargó la mano para tomar la del caballero.

—Nó,-dijo éste,- nó, apartaos de mí. No mancheis esa mano inocente y benéfica. No sabeis bien lo que ha hecho ésta á que quereis unir la vuestra..

—Permitidme,-dijo el Cardenal tomándosela con cariñosa violencia;-dejad que yo estreche esa mano que reparará tantos daños, que derramará tantos beneficios, que 8ocorrerá á tantos afligidos, y que, desarmada y pacífica, será prenda de reconciliacion para sus enemigos.

—Eso ya es demasiado!-repuso el caballero sollozando.-Dejadme, incomparable y piadoso ministro del cielo. Multitud de gentes os aguarda: tantas almas buenas, tantos inocentes que han venido de léjos á veros, á oiros, Ly estareis perdiendo un tiempo tan precioso? iy con quién?

—Bien puedo dejar-contestó el Cardenal-las noventa y nueve ovejas que están seguras en el monte por quedarme con la descarriada. Ellas en este momento están acaso más contentas que si viesen á esle pobre obispo.

Acaso Dios, que ha obrado en vos el prodigio de su misericordia, está derramando en sus almas un regocijo cuya causa desconocen. Tal vez unidas con nosotros sin saberlo, infunde el Espíritu Santo en su corazon un ardor indefinido de caridad, una súplica fervorosa por vos, que sube hasta el cielo, una accion de gracias de que vos sois el objeto para ellas desconocido.

Diciendo esto echó los brazos al cuello al caballero, el cual, despues de haberse resistido algunos instantes, cedió, vencido de aquel impetu de caridad; abrazó tambien al Cardenal, y demudado y trémulo, dejó caer sobre el hombro de aquél la cabeza. Caian sus lágrimas ardientes sobre la inçontaminada púrpura del arzobispo, y las inocentes manos de éste estrechaban afectuosamente las del caballero, manchadas con tantos crímenes y violencias.

Separándose éste por fin de los brazos del Cardenal, se cubrió de nuevo los ojos con una mano, y levantando la cabeza, exclamó:

—;Dios verdaderamente grande! ¡Dios verdaderamente bueno! Conozco ahora lo que soy: delante de mí tengo mis iniquidades; me detesto á mi mismo... Sin embargo, experimento cierto consuelo, cierto placer, que en toda mi depravada vida jamás he experimentado.