Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/312

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 300 —

-Esta-dijo el Cardenal-es una prueba en que os pone Dios para atraeros á su servicio, y animaros á entrar resueltamente en una nueva vida, en que tendrá tanto que deshacer, que reparar, que llorar.

—iDesgraciado de mi!-exclamó el caballero.-Ay jcuántas cosas, que no puedo sino llorarlas!... Sin embargo, algunas hay que, ieniéndolas solaniente empezadas, puedo por lo ménos no concluirlas y remediarlas.

Púsose á escucharlo el Cardenal, y el eaballero contó brevemente, y quizá con expresiones de execracion más fuertes que las nuestras, su atentado contra Lucía, los sufrimientos y penalidades de aquella infeliz, el modo con que le habia suplicado y la violenta agitacion que aquellas súplicas habian causado en su ánimo, y, finalmente, cómo se hallaba todavía en el castillo...

Ah! no perdamos tiempo,-exclamó el Cardenal, arrebatado de ardiente caridad é interes.-;Dichoso vos! iQué mayor prenda del perdon de Dios que la de proporcionaros ser instrumento de salvacion cuando intentabais serlo de ruina! ¡Déos Dios su bendicion! Mas bien diré que ya os la tiene dada. Y sabeis de dónde es esa infeliz? El caballero nombró el pueblo de Lucía.

—No está léjos de aquí,-dijo el Cardenal.-Bendilo y alabado sea el Señor! Diciendo esto se acercó á un bufete, y tocó una campanilla. Al oirla, entró apresuradamente el Capellan secretario, y la primera cosa que hizo fué mirar al señor del castillo, y viéndolo tan inmutado, con los ojos encendidas, como de haber llorado, se volvió á mirar al Cardenal. Notando en su rostro, entre su natural inalterable compostura, una especie de gravedad gozosa, y cierta agitacion no frecuente, hubiera quedado inmóvil con la boca abierta, si el Cardenal no le hubiese avisado, preguntándole si, entre los párrocos que estaban allí reunidos, se hallaba el del pueblo de*** —Está, sí, señor,-contestó el Capellan.

—Que éntre,-dijo el Cardenal,-como igualmente el de este pueblo.

Salió el Capellan, y entró en la sala en que se hallaban aquellos clérigos, que todos dirigieron á él la vista. El Capellan, con la boca abierta y el rostro en que estaba pintada su admiracion, alzando las manos, exclamó:

—Señores, señores, hec mutatio dextera Eacelsi,-y quedó al momento sin proferir más palabra: tomando luégo la voz y el tono de su cargo, añadió:-Su señoría ilustrísi-