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ma llama al señor cura de este pueblo, y tambien al del pueblo de*** Presentóse inmediatamente el primero, y al mismo tiempo salió del medio de la concurrencia un «¿Yo?» sacado en iono de admiracion.

—No es usted el señor cura párroco de***-preguntó el Capellan.

—ŚÍ, señor.

—-Su Ilustrísima le llama.

—A mí?-volvió á preguntar la misma voz con un tono que parecia decir: ¿Qué tendré yo que ver en esto? Pero esta vez con la voz salió tambien el individuo, que era cabalmente D. Abundo en persona, con paso que daba á entender su repugnancia, y un gesto de admiracion y disgusto. Hizole el Capellan seña con la mano, como si dijera: «Acérquese usted aprisa: ¿le pesa á usted tanto esta órden?» y precediendo á los dos párrocos, se acercó á la puerta, la abrió y los introdujo á entrambos.

Soltó el Cardenal la mano del caballero, con el cual habia acordado entre tanto lo que debia hacerse; se separó un poco, y llamó con una seña al Párroco del pueblo. Impúsole en compendio de lo que se trataba, preguntándole si podria encontrar á una mujer que quisiese ir en litera al castillo de*** para sacar á Lucía; una mujer de ánimo resuelto que fuese capaz de desempeñar bien aquella comision particular, empleando los modales más adecuados, y las palabras más propias para animar y tranquilizar á la pobre muchacha, å quien despues de tantas penalidades, y en tanta turbacion, pudiera ser funesta la misma noticia de su libertad.

Despues de reflexionar un poco, contestó el Párroco que sf, y haciendo una profunda inclinacion, se salió del aposento. Hizo otra seña el Cardenal al Secretario, y le mandó que hiciese aprontar al momento la litera con dos mozos, y prevenir dos mulas de montar, y así que salió tambien el Secretario, se volvió á D. Abundo.

Este, que ya estaba cerca del Cardenal por apartarse del caballero anỏnimo, y que en tanto echaba una mirada de reojo ya á uno ya á otro, cavilando entre sí acerca del objeto que podia tener aquella llamada, dió un paso adelante, hizo una reverencia y se expresó de esta manera:

—Me han dicho que usía ilustrísima me llama, aunque yo creo que sea equivocacion.

—No es equivocacion por cierto,-contestó el Cardenal.-Tengo una buena noticia que daros, y un encargo