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muy lisonjero. Una de vuestras feligresas á quien habeis llorado, considerándola perdida, acaba de parecer. Lucía Mondella está cerca de este lugar, en casa de este mi intimo amigo, y ahora ireis en su compañía á conducirla aquf.

Tambien irá con vos una mujer de este pueblo á quien el Cura ha ido á buscar ahora mismo.

Hizo D. Abundo todo lo posible para ocultar el disgusto, diremos mejor, la pena y la amargura que le causaba semejante propuesta 6 comision,, y no estando ya á tiempo de borrar un gesto de desagrado que alteró su rostro, lo ocultó bajando la cabeza profundamente, como en señal de obediencia, y no la levantó sino para hacer otra profunda reverencia al caballero, con tanta compuncion que parecia decirle: «Estoy en vuestras manos; tened lástima de mí. Parcere subjectis.»

Preguntóle luégo el Cardenal que parientés tenfa Lucfa.

—Lo que es cercanos, no tiene más que á su madre, y con ella vivia,-contestó D. Abundo.

—¿Está en su casa?

—Sí, señor.

—Puesto que esta pobre muchacha-prosiguió el Cardenal-no podrá ir tan pronto á su casa, será para ella de mucho consuelo el ver á su madre; por tanto, si el señor Cura no vuelve ántes que yo vaya á la iglesia, dígale usted que busque un carro 6 una caballería, ó envie á un hombre de su satisfaccion para que se traiga á aquella buena mujer.

—No podria ir yo?-dijo D. Abundo.

—No, no,-contestó el Cardena!;-vos hareis lo que os tengo dicho.

—Yo lo decia-replicó D. Abundo-por preparar á esa pobre madre... Es una mujer muy tímida, y es necesario que vaya una persona que la conozca, y sepa conducirse de modo que en vez de alegría, no le cause alguna sorpresa de que le resulte daño.

—Por esto-contestó el Cardenal-me hareis el favor de decir al señor Cura, cuando venga, que busque á un hombre de capacidad para semejante comision. Vos sois más á propósito para lo que yo os he encargado.

Llamó la atencion del Cardenal la repugnancia de don Abundo en ir al castillo, y le pareció que habia en ello algun misterio. Miróle á la cara, y conoció fácil:nente el miedo que tenía de acompañar á aquel hombre tan temido y de entrar. aunque por poco tiempo, en su casa. Deseando, pues, disipar semejante recelo, y no creyendo conveniente