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llamar aparte al Cura y hablarle en secreto estando allf el caballero, pensó que sería medio más oportuno hacer lo que áun sin este mutivo habria hecho, esto es, hablar al mismo caba!lero para que de sus respuestas pudiese conocer D. Abundo que aquél ya no era hombre que podia infundir miedo. Acercósele, pues, con aquel tono de confianza que inspira una antigua intimidad, y le dijo:

—Nɔ creais que me contento hoy con esta sola visita:

espero que volvereis con este buen eclesiástico. No es así?

—;No he de volver?-contestó el caballero;-áun cuando os negaseis á recibirme, me quedaria á la puerta como un mendigo porfiado. Necesito hablar despacio con vos, veros, escucharos; en una palabra, necesito de vuestra asistencia.

Tomóle el Cardenal la mano, y apretándosela, dijo:

—Nos hareis, pues, el favor al Párroco y á mí, de venir boy á comer la sopa con nosotros: cuidado, que os aguardo. Entretanto voy á rezar y á dar gracias al Señor con mi pueblo, por su infinita misericordia.

Al ver semejantes demostraciones, estaba D. Abundo como un muchacho medroso que, viendo á un hombre acariciar á un perrazo de mala catadura, con los ojos encendidos y muy famoso por sus embestidas, y oyéndole decir que es un animal muy manso y pacifico, mira al amo sin contradecirle, al perro sin atreverse á acercársele.por miedo de que le enseñe los dientes, aunque sea jugando; y no queriendo tampoco alejarse por no parecer cobarde, dice entre sí: ¡Quién estuviera en su casa! Como al Cardenal, que salia asido de la mano del caballero, le pareciese que D. Abundo quedaba como desairado, y algo rostrituerto por la preferencia que se daba á un facineroso de tanta nombradía, se paró un momento al salir, y volviéndose al eclesiástico con amable sonrisa, le dijo:

—Señor Cura, vos estais siempre conmigo en la casa del Señor, pero este perierat et inventus est.

—Ay, cuánto me alegro!-contestó D. Abundo, haciendo una reverencia á los dos.

El Arzobispo que iba delante tocó la puerta, que abrieron os familiares, y el Cardenal y caballero se presentaron á los ojus ansiosos del clero reunido en aquella sala.

Viéronse entónces aquellos dos rostros en que estaba pintada una conmocion distinta, pero igualmente notable, esto es, ternura y humilde gozo en las facciones venerables del Cardenal, y en las del caballero, confusion templada con la esperanza, un nuevo pudor, y cierta compun-