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vió luégo á D. Abundo para saber el otro encargo del Cardenal.

Despachó D. Abundo confusamente, y lo mejor que supo, y acercándose despues al mayordomo, le dijo:

—Suplico á usted que tenga la bondad de darme una bestia mansita, porque á la verdad no soy muy buen jinete.

—No tenga usted cuidado,-contestó el mayordomo con media sonrisa;-es la mula del Secrctario, que es un literato.

—Muy bien!-replicó D. Abundo, añadiendo para sí;- ¡Dios me la depare buena! Ya el caballero habia salido delante al primer aviso, y llegando al portal, se acordó de que D. Abundo quedaba atras. Detúvose en el umbral á esperarle, y al llegar el Cura presuroso y en ademan de quien pide excusas, el señor le saludó y le cedió el paso con humilde cortesanfa, con lo cual se reanimó algun tanto el atribulado párroco; pero llegados al patio, advirtió otra novedad que acibaró aquel escaso consuelo que acababa de recibir. Vió que, dirigiéndose á un rincon, el caballero agarró con una mano el cañon de su carabina, y con la otra el portafusil, echándosela á la espalda con un movimiento tan expedito como si hiciera el ejercicio. «Pobre de mí! exclamó entre sí don Abundo. Qué querrá hacer este hombre con aquel instrumento? ¡Buen cilicio por cierto!... ¡Buena disciplina para un convertido!... Y si le ocurre alguna diablura?... ¡Válgame Dios! ¡qué expedicion esta!»

Si el caballero hubiese podido sospechar cuáles eran los pensamientos que bullian en la cabeza de su compañero, hubiera procurado por todos los medios posibles desengafñarle; pero estaba muy léjos de figurárselo, y D. Abundo tenía buen cuidado de no darle á conocer sus desconfianzas. Llegados á la puerta principal de la calle, hallaron prontas las dos mulas, y el cabailero saltó de un brinco en una que le presentó un palafrenero.

—Tiene resabios?-preguntó al mayórdomo D. Abundo con un pié en el estribo.

—Monte usted sin miedo,-dijo el palafrenero;-es una oveja.

Agarrándose de la silla, subió D. Abundo poco á poco con ayuda del primero.

La litera aguardaba algunos pasos delante, llevada tambien por dos mulas, que echaron á andar á la voz del mozo, y la comitiva se puso en camino.

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