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| Era necesario pasar por la puerta de la iglesia colmada de fieles y por una plazuela atestada tambien de la gente que habia concurrido de todas partes sin haber podido entrar. Habíase divulgado ya la gran noticia, y al divisarse la comitiva, y al hombre que pocas horas ántes era objeto de terror y execracion, y ahora de alegre maravilla, se suscitó entre la muchedumbre un murmullo de aplauso; y aunque las gentes abrian paso, no dejaba de haber apretura por el ánsia que todos tenian de verle de cerca. Pasó la litera, y tras ella el señor del castillo, quien, al pasar delante de la puerta de la iglesia que estaba abierta, se quitó el sombrero, inclinando hasta la clin de la mula aquella frente hasta entónces tan orgullosa y temida, entre mil voces que repetian: «;Dios le bendiga!»

Tambien D. Abundo se quitó el sombrero, bajó la cabeza, se encomendó á Dios, y oyendo las voces solemnes de sus hermanos que cantaban en la iglesia, experimentó tanta envidia y tal arrebato de piedad, que apénas pudo contener las lágrimas.

Fuera ya de poblado, en campo abierto, y en los varios recodos y encrucijadas del camino, á veces solitario, eran más létricos los pensamientos que le oeupaban; todo su consuelo consistia en el mozo de la litera, que, perteneciendo á la familia del Cardenal, debia precisamente ser hombre honrado, y con esle se manifestaba más animoso.

De cuando en cuando encontraba gentes, y áun cuadrillas que acudian á ver al Cardenal, y esto le ensanchaba el corazon; pero cuando pensaba en su compañero de viaje, y en que se dirigian á aquel valle tremendo, donde no encontraria sino vasallos suyos, ¡y qué vasallos! su afliccion legaba á lo sumo. Bien hubiera querido ahora más que nunca entrar en conversacion con él, tanto para lantearle como para tenerle contento: pero al verle tan preocupado y pensativo, se le pasaba la gana, por lo cual tuvo que ceñirse á conversar consigo mismo; y hé aquí lo que en el camino dijo en resúmen, porque para escribirlo todo sería necesario un tomo entero.

—Fuerte cosa es que tanto los santos como los bribones hayan de tener azogue en el cuerpo, y que, no contentándose con trajinar y bul!ir, han de sacar á bailar á los demas, y si pudiesen, á todo el género humano! Tambien es cosa rara que los más bulliciosos hayan de venir á tropezar conmigo, y meterme á la fuerza en sus andanzas, á mí que á nadie busco, y sólo pido que me dejen vivir. A este pícaro loco de D. Rodrigo iqué le faltaria para ser. el hom-