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bre más feliz del mundo, si tuviese dos adarmes de juicio? Rico, jóven, respetado y acatado; le hace mal el demasiado bien, y necesita ir á buscar trabajos para 8í y para el prO- jimo. Pudiera darse buena vida, una vida tranquila y cómoda; pero no señor; quiere molestar á las mujeres, que es el oficio más necio, más pícaro y más endiablado del mundo. Aquel mentecato pudiera ir al cielo en coche, y quiere melerse en los infierpos arrastrando... Y este otro? (Y le miraba como si temiera que adivinase sus pensamientos.) Este, despues de haber alborotado el mundo con sus maldades, quiere alborotarlo ahora con su conversion... si será cierto? Pero entretanto, lo que es á mí me toca hacer la experiencia; de manera que los que nacen con semejante manía en el cuerpo no pueden vivir sin ruidos.

¿Tanto es menester para ser hombre de bien toda la vida, como lo he sido yo? No, señor; es preciso vejar, matar, hacer diabluras, įválgame Dios! y luégo tambien ruido para bacer penitencia.

La penitencia, cuando hay buena voluntad, gno se puede hacer en casa, con quietud, sin tanto aparalo, y sin incomodar al prójimo? Y su lustrísima al instante, corriendo los brazos abiertos, mi amigo, querido amigo, tragándose todo lo que éste le dice, como si le hubiera visto hacer milagros, tomar de repente una resolucion; melerse en ella de cabeza, y presto aquí, presto allí: esto en mi casa se llama precipitacion; y despues, sin tener! garantía alguna, poner en sus manos á un pobre cura. Esto, segun mi corto alcauce, es aventurar la vida de dola á pares y nones. Un obispo santo como es él, debia mirar á los curas párrocos como á las niñas de sus ojos. Un poquito de cachaza, otro poquito de prudencia, y otro poquito de caridad, me parece que no dice mal con la virtud... Y si todo fuera ficcion? ¿Quién puede conocer las intenciones de los hombres, y sobre todo de los hombres como este? Me estremezco sólo en pensar que voy á su casa. ¿Quién sabe lo que puede haber en esto? ¡Infeliz de mí! Nás vale no pensar en ello. ;Qué embrollo habrá con esa Lucía! Se ve que habia inteligencia con D. Rodrigo.

¡Qué gentes! ¿Y cómo habrá venido á caer entre las uñas de este gavilan?... ¿Quién lo sabe? Todo es un secreto con su llustrísima, iy á mi que voy trotando nada me dicen! Yo en verdad no tengo interes en saber los negocios ajenos, pero cuando un bombre aventura su pellejo, tiene derecho á que se haga de él alguna confianza. Si sólo se tratase de ir å sacar á aquella pobre muchacha, ¡vaya con Dios! aunbombre, jugán-