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CAPÍTULO XXIV.

Habia poco que Lucia estaba despierta, y una parte de aquel tiempo le habia empleado en acabar de despabilarse y en separar las espantosas visiones del sueño, de la memoria y de las imágenes de una realidad harto parecida á los delirios de un febricitante. Habfasele ya acercado la vieja, y con voz forzadamente humilde, le dijo:

Ab! ¿conque has dormido? Bien podias haber dormido en la cama: ¡te lo dije tantas veces anoche! Y no recibiendo contestacion, continuó con tono de súplica rabiosa:

—Es menester que tengas más juicio, y procures tomar un bocado. ;Qué desfigurada estás! Ya se ve, la falta de alimento... ty si cuando vuelve la toma conmigo?

—No, no, quiero irme; quiero ir á buscar á mi madre:

ét amo me lo prometió, diciéndome: «mañana, mañana:»

¿dónde está el amo?

—Ha salido; pero ha dicho que vuelve pronto, y que hará todo lo que quieras.

—¿Lo ha dicho así? įde cierto? Pues bien, quiero ir donde está mi madre, al instante...

No bien habia acabado de proferir estas palabras, cuando se oyeron pisadas en la pieza inmediata, y como al momento llamasen á la puerta, preguntó la vieja:

—¿Quién es?

—Abre,-dijo su amo.

La vieja tiró del cerrojo, y el caballero empujando súavemente la puerta, abrió un poquito, mandó á la vieja qué saliese, é introdujo á la mujer y á D. Abundo. Cerró luégo la puerta, quedándose fuera, y echó á la vieja á un punto remoto del castillo, asf como lo habia hecho con la otra mujer que estaba de guardia.

Todo este movimiento, un instante de espera y la presencia improvisa de personas nuevas causaron no poco sobresalto á Lucía, y á pesar de que su situacion era intolerable, no dejaba de ser para ella un motivo de espanto cualquiera mudanza. Alzando los ojos y viendo á un clérigo y á una mujer, se animó algun tanto; miró con más